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-Con todo eso -dijo el caminante-, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. A lo cual respondió nuestro don Quijote: -Señor, una golondrina sola no hace verano.

Ve, pues, al ermitaño, y le expone su deseo; pero el solemne silencio del desierto, y las fervientes exhortaciones del asceta, hacen en ella tal impresión, que determina renunciar también al mundo, y consagrar su vida á la devoción en la soledad. Este caminante es el Demonio, que prepara sus asechanzas contra los dos ermitaños.

El cochero ha dejado la fusta, no lleva más que un cuchillo en la mano, dispuesto á cortar las riendas si los caballos, enloquecidos por el terror ó resbalando por un talud de nieve, llegasen á caer por el precipicio abajo. Terrible es la situación del caminante desdichado, cuando, al atravesar las nieves lentamente, le sorprende de pronto una tempestad.

Así es que yo creo, y me propongo publicar un folleto sosteniéndolo, que todos los hombres deben ser reconocidos al llegar a cierta edad por antropólogos competentes, y si presentan los caracteres del tipo criminal, que sean eliminados inmediatamente de la sociedad, si no por la muerte, al menos por la deportación. No respondió el caminante.

Pero á bien que él ha sido siempre un alma de Dios y que no he de ser yo quien le ponga tachas ni le niegue un favor, que muy grande me lo hizo él pagando de su bolsillo el entierro de Frasquillo, mi hijo mayor, á quien tenía de aprendiz en el batán y me lo llevó la peste negra de hace dos años. ¿Y quién sois vos, mi buen señor? Un caminante.

-Con todo eso -replicó el caminante-, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo.

El arroyo al ver al caminante, le dijo: «Ya ves, amigo, qué débil estoy: apenas puedo dar un paso ni tengo fuerzas bastantes para empujar esas ramillas incómodas que embarazan mi senda. Tampoco puedo dar un rodeo para evitarlas, porque me fatigaría demasiado. puedes fácilmente sacarme de este apuro, apartándolas con tu pico.

En este coloquio iban los dos antiguos estudiantes, cuando hubieron de soltar un tanto la disputa para atender y dar oídos a la aguda y penetrante voz de cierto caminante que picaba por alcanzarlos y que cantaba de esta manera: Con espuela y paso a paso llega el asno a la jornada; pero víbora o culebra dando saltos más alcanza.

De repente, y al desembocar de un pequeño cañón que formaban dos colinas, el pueblecillo se apareció a nuestra vista, como una faja de rojas estrellas en medio de la obscuridad, y el viento de invierno pareció suavizarse para traernos en sus alas el vago aroma de los huertos, el rumor de las gentes y el simpático ladrido de los perros, ladrido que siempre escucha el caminante durante la noche con intensa alegría.

A poco trecho se reunieron caminante y caminante, y cuál no sería la agradable sorpresa de entrambos cuando se reconocieron por dos antiguos compañeros de escuela, Caleb y Catur.