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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Al otro día, sábado, se jugaba a las cartas en casa del inspector... Y en lugar de estar en su casa, tiritaba de frío allí, en aquella maldita callejuela, ante aquella maldita casa, albergue de estudiantes melenudos. ¿Qué había ido a hacer en tal sitio? De repente, se abrió la puerta de la casa y se volvió a cerrar con violencia, después de dar paso a dos estudiantes.

¡Ah! aquel hombre, cuando le dejó la dama tapada en una callejuela solitaria, me detuvo hierro en mano. ¡Oh! exclamó el duque de Lerma ¿se trataba de mataros? Y la reina se había puesto por cebo; no tengo duda de ello. Además, aquel hombre había sido buscado á propósito; yo me jacto de ser buena espada; pues bien, aquel hombre me desarmó y me hizo gracia de la vida.

De trecho en trecho desembocan otras callejuelas trasversales mas estrechas, que son otros tantos desfiladeros escalonados sobre el abismo. Los techos de las casas correspondientes á la callejuela mas baja sostienen literalmente los cimientos de la inmediatamente superior, esta apoya á los de mas arriba, y así sucesivamente hasta la cima.

No podía ser de otra manera, pero yo esperaba que estuviese llena de gentes, de amigos que vendrían a mi encuentro para decirme: «No temas: ¡todo ha sido un sueño!...» Y no había nadie, ¡nadie! Aullaba un perro en una callejuela.

Y embriagado cada vez más por la luz meridional y aquellos perfumes primaverales en pleno invierno, torció por una callejuela, dirigiéndose al campo. Al salir del antiguo barrio de la Judería y verse en plena campiña, respiró con amplitud, como si quisiera encerrar en sus pulmones toda la vida, la frescura y los colores de su tierra.

Se detuvo en la esquina, aguardó algunos momentos y al cabo repitió en voz más alta el estribillo: No llores, niña, no llores, no; no llores, niña, que aquí estoy yo. Chirrió un balcón; se asomó una cabeza. ¡Nolo! ¡Demetria! Da la vuelta á la esquina y arrímate á esa ventana de rejas. El joven hizo como se le mandó. Entró en la estrecha callejuela y se acercó á la ventana.

Salí de la taberna y eché a correr por el camino; el viento contrario me impedía avanzar, un viento húmedo cargado con efluvios de mar. voces de lejos de gente que pasaba. Quizá era la policía, avisada; me escondí a un lado de la carretera. Luego seguí corriendo hasta llegar a la ciudad: entré en una callejuela.

Pero, niño... ¡si estás tamaño! Tomé por calles que conducían a la casa paterna. En ella debían vivir mis tías. Nadie me había dicho lo contrario hasta que Andrés me detuvo: ¿A dónde vas? ¿Ya no conoces tu tierra? A casa. Si ya no viven donde antes. ¿Pues dónde?... Por aquí.... Echándome el brazo me impulsó a seguir por una callejuela. ¿Cuándo mudaron de casa? ¡Uh! ¡Hace tiempo!

Por fin el instinto de conservación les hizo retroceder y salieron de una callejuela para entrar en otra, repitiendo la misma ceremonia. De pronto cesó de llover. Una aclamación inmensa, un grito de alegría y triunfo sacudió a la muchedumbre. ¡Vítol el pare San Bernat!... ¿Y aún dudaban de su inmenso poder los vecinos de los pueblos inmediatos?... Allí estaba la prueba.

Luego descendió. Cruzó el huerto y el patio. La dueña esperaba dormida junto al postigo. El abrió sin despertarla y salió; pero cuando hubo dado algunos pasos por la callejuela, creyó escuchar, detrás de la puerta, la voz de doña Alvarez. Apresurando entonces el paso dejó caer de intento en las losas la gorra y la capa de San Vicente.

Palabra del Dia

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