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Actualizado: 10 de julio de 2025


Colocaba en los cajones los libros, después de sacudirles el polvo, por el orden señalado en el catálogo escrito por don Carlos. Vio un tomo en francés, forrado de cartulina amarilla; creyó que era una de aquellas novelas que su padre le prohibía leer y ya iba a dejar el libro cuando leyó en el lomo: Confesiones de San Agustín. ¿Qué hacía allí San Agustín?

Cuando volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres que la llevaban siempre en la cabeza; éstos eran unos hombres soberbios y ridículos que querían saberlo todo. Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por capricho o para que no se enmoheciese.

Los machetes relucían al caer sobre la tapa de los cajones; el cuero de las maletas abríase rasgado por innumerables puñales, y bajo el cobertizo los dos cosacos batíanse como héroes. A la luz de la luna, veía alrededor del barracón agitar teas.

Elena es agradable y las circunstancias singulares en que se me apareció fueron conmovedoras y de una fúnebre poesía. Pero, ya te lo he dicho, mi elección está hecha. ¿Crees que tengo un corazón con cajones numerados en el que colecciono las ternuras? Dices que desconfías de las aventuras novelescas y galantes y de los amores que hieren como un rayo.

Van y vienen por las calles clérigos con la sotana recogida en la espalda, frailes, monjas, mandaderos de conventos con pequeños cajones y cestas, mozos vestidos de negro y afeitados, niños con el traje galoneado de oro, niñas, de dos en dos, con uniformes vestidos azules.

Inmediato a la cocina está el comedor, en el que sólo hay una mesa de abeto, algunas sillas, alacenas y cajones; muebles, en fin, propios de las antiguas viviendas solariegas que el arte busca sin cesar, para construir bajo sus modelos el mobiliario moderno. Al lado del comedor hay un salón con dos ventanas que la una da al patio y la otra al jardín.

Valiéndose del sin fin de llaves que tenía, abrió todos los cajones y revolvió en ellos cuidadosamente, esmerándose en dejar las cosas, después de bien examinadas, en la misma disposición que antes tenían. Este proceder jesuítico lo practicaba siempre que metía sus manos escudriñadoras en donde no debían estar. Busca por allí, busca por allá, y nada.

¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez.

Sentose un momento en una banqueta que le ofrecieron, porque estaba cansada; pero sintiéndose molesta por las preguntas impertinentes de las amigas de su tía, subió al cuarto que debía de ser su albergue... hasta sabe Dios cuándo. Aquel barrio y los sitios aquellos éranle tan familiares, que a ojos cerrados andaría por entre los cajones sin tropezar. ¿Pues y la casa?

Porque su pasión del lujo la había llevado insensiblemente a un terreno erizado de peligros, y tenía que ocultar las adquisiciones que hacía de continuo por los medios más contrarios a la tradición económica de Bringas. Tenía los cajones de la cómoda atestados de pedazos de tela, estos cortados, aquellos por cortar.

Palabra del Dia

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