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Actualizado: 18 de mayo de 2025
La verdadera nobleza, como se entiende, en las monarquías, nace con un rey y muere con él. No brilla más que alrededor de un trono que se eleva o de un trono que cae. Los guerreros que levantan un rey sobre su bandera, los guerreros que mueren con su raza, he ahí a los nobles. Yo no reconozco más títulos que los que se han sellado con la espada o sancionado en el cadalso.
En efecto, este cadalso constituía una parte de la maquinaria penal de aquel tiempo, y si bien desde hace dos ó tres generaciones es simplemente histórico y tradicional entre nosotros, se consideraba entonces un agente tan eficaz para la conservación de las buenas costumbres de los ciudadanos, como se consideró más tarde la guillotina entre los terroristas de la Francia revolucionaria.
Al subir la escalera de aquella casa, iba a parecerle que subía los peldaños del cadalso... ¿Qué hacer, Pablo, si no? ¿qué hacer? Pero don Pablo no cedía, ceñudo e iracundo. ¡Iba a matarse, decía el niño que iba a matarse; después de asesinar a su padre, bien podía hacerlo, en desagravio! ¡y asesinado de qué manera! a traición, con alevosía.
Pues bien, amigo mío, dijo Tragomer; hoy lo deploraría doblemente, lo que es un argumento muy serio contra la pena de muerte. El tribunal hubiera enviado al cadalso un inocente. ¡Vamos! ¡Vamos! Tragomer, dijo el magistrado con sonrisa burlona; no hablemos de ligero. Es fácil declarar que un condenado es inocente, pero es menos cómodo probar que no es culpable.
Dejemos escoger la ocasión a don Enrique y a don Diego, que, llegado el caso, todos estamos dispuestos a fijarlo por nuestras manos en el sitio que convenga. Las sillas resonaron. Todos se levantaban para marcharse. Tan pronto como el Canónigo se halló de nuevo en el aposento de su discípulo, exclamó con profético vozarrón: Todo esto habrá de concluir sobre un cadalso.
Este pensamiento hizo flaquear mi valor: me aterraba infinitamente más que la perspectiva del cadalso. Sentía dentro de mí fuerzas bastantes para mirar a la muerte cara a cara, y al mismo tiempo me contemplaba incapaz por entero de soportar la vista de un público curioso y hostil. Congojado y muerto de vergüenza salí por la puerta de la cárcel entre un grupo de curas, soldados y carceleros.
Durante un momento las miradas de la multitud horrorizada se concentraron en el lúgubre milagro, mientras el ministro permanecía en pie con una expresión triunfante en el rostro, como la de un hombre que en medio de una crisis del más agudo dolor ha conseguido una victoria. Después cayó desplomado sobre el cadalso. Ester lo levantó parcialmente y le hizo reclinar la cabeza sobre su seno.
Y si se pierde el barco que los lleva, mejor... No lo puedo remediar, me dan ganas de salir a la terraza y dar un ¡viva la Reina! muy fuerte, muy fuerte». Poco faltó para que lo hiciera como lo decía. Un rato después, Milagros lisonjeaba con charla pintoresca la pasión dinástica de Bringas, y pedía para los generales, no una muerte, sino cien muertes, y para todos los que conspirasen el cadalso.
Durante años había contemplado las instituciones humanas, y todo lo establecido por la religión ó las leyes, desde un punto de vista que le era peculiar; criticándolo todo con tan poca reverencia como la que experimentaría el indio de las selvas por la toga judicial, la picota, el cadalso, ó la iglesia. Tanto su destino como los acontecimientos de su vida habían tendido á hacer libre su espíritu.
De este modo será una especie de sermón viviente contra el pecado, hasta que la letra ignominiosa se grabe en la losa de su sepulcro. Me duele, sin embargo, que el compañero de su iniquidad no estuviera, por lo menos, á su lado sobre ese cadalso. Pero ¡ya se sabrá quién es! ¡ya se sabrá quién es!
Palabra del Dia
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