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Después establecí que cada año aseasen y reparasen sus casas interior y exteriormente todos los de cabildo, y así se van mejorando los pueblos y acostumbrando a vivir con decencia.

Curiosos son los pormenores de la cuenta de otros gastos, no solo por el conocimiento de lo que la Ciudad hizo, sino por el del séquito palatino que acompañó á los monarcas en aquella ocasión. Cien mil mrs. á la Reyna como obsequio ó dádiva de la Ciudad. Cincuenta mil á los oficiales de las Casas Reales en esta forma. «A barrasa cauallerizo e aposentador de nro. señor el rey , 2000.

Pero D. Peregrín, por ventura notando la imposibilidad de dar un paso, o sofocado por la cólera, que se le había ido aumentando poco a poco, respondió con una mueca de ira y desdén que sobrecogió a su infeliz hermano y le quitó por completo las ganas de insistir. ¿Qué es eso? preguntó D. Martín de las Casas, que estaba sentado a su lado. ¿No quiere venir D. Peregrín?

Rosas a los veinte años reviste al fin la ciudad de colorado: casas, puertas, empapelados, vajillas, tapices, colgaduras, etc., etc. Ultimamente consagra este color oficialmente y lo impone como una medida de Estado. La historia de la cinta colorada es muy curiosa.

Sus virtudes pastorales fueron de acuerdo con su política y se vio su caridad en el socorro de los enfermos en la peste del año 1651, y sus limosnas con los pobres fueron estraordinarias: como obras debidas a su piedad citaremos la renovación de su convento del Olivar, la fundación del Colegio de San Pedro Nolasco para los estudios de los religiosos de la provincia, y el convento de Capuchinas de Zaragoza débele toda su perfección: casi en vísperas de perder para siempre la salud, marchó a Juslibol, pueblo cercano a Zaragoza y construyó de su bolsillo varias casas sobre cuyas puertas se lee el nombre de su fundador: murió en el mismo pueblo el día 27 de Diciembre de 1662, dejando dispuesto que su corazón se llevase a su Iglesia de Perales y su cadáver fuera enterrado en la Iglesia de las Capuchinas.

Esta aureola fascinaba a Rosalía, quien, extremando su respeto a las majestades caídas, aparentaba, tomar en serio aquello de mi administrador, mis casas... Se expresaba Cándida en todas las ocasiones con un desparpajo y una seguridad y un boca abajo todo el mundo que no daban lugar a réplica.

El que iba allá abajo, se hacía rico; si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre.

Ofrecían sus casas en remotos lugares del interior, y los que continuaban el viaje sonreían agradecidos, cual si pensasen hacerles una visita dentro de breve plazo. Todos se habían vestido trajes de calle, lo mismo los que se quedaban en Río Janeiro que los que seguían la navegación. Estos últimos eran los más impacientes por bajar a tierra.

5 teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella; y a éstos evita. 6 Porque de éstos son los que se entran por las casas, y llevan cautivas las mujercillas cargadas de pecados, llevadas de diversas concupiscencias; 7 que siempre aprenden, y nunca pueden acabar de llegar al conocimiento de la verdad.

Por otra parte, así por la tradición, como por un Libro manuscrito del Doctor don Francisco Montaner y Font, que vivió en este siglo, consta que todo este espacio hoy dicho de la Calatrava y calle de Montesión hasta el Call, se llamaba y era la judería, que sería población de más de trescientas casas y no parece sin fundamento, que habría otra partida de ellos, junto a la otra sinagoga que dijimos, es hoy la Iglesia de la Misericordia, pues haberla hecho allí, persuade que tenía allí vecinos, que la franqueaban.