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Actualizado: 11 de junio de 2025


En los cañaverales cantaba un ruiseñor débilmente como anonadado por la belleza de la noche. Se deseaba vivir más que nunca; la sangre parecía correr por el cuerpo más aprisa, los sentidos se afinaban y el paisaje imponía silencio con su belleza pálida, como esas intensas voluptuosidades que se paladean con un recogimiento místico. Rafael seguía el camino de siempre, iba hacia la casa azul.

Se embarcaron, y la lancha, impulsada por la corriente, guiada por los remos de Rafael, comenzó a descender el Júcar arrullada por el susurro de las aguas al deslizarse por las altas riberas de barro, cubiertas de cañaverales que se inclinaban formando misteriosos escondrijos. Leonora palmoteaba de alegría.

Costear plantas de la Habana, mandar agentes a los ingenios del Brasil para estudiar los procedimientos y aparejos, destilar la melaza, todo se había realizado con ardor y suceso cuando Facundo echó sus caballadas en los cañaverales y desmontó gran parte de los nacientes ingenios.

Pero el estornino gusta particularmente de los sitios húmedos y sombríos, como los cañaverales y bosques de las orillas del rio. Esto ha dado al consabido marqués propietario la idea de su especulacion. Ha establecido en la orilla del Guadalquivir algunos de esos asilos de verdura, resultando que los estorninos han fundado allí su domicilio y sus almacenes de depósito.

Otro día, el dueño del boliche vino á contarle el descubrimiento hecho por unos españoles que, al verse faltos de trabajo, se dedicaban á la pesca. Dos leguas más abajo del pueblo habían pasado á una isla fangosa rodeada de cañaverales, con la esperanza de apoderarse de algunas truchas procedentes del lejano lago de Nahuel Huapi.

Pero cuando volvió el rostro para mirar una vez más hácia su casa, la casa donde se habían evaporado sus últimos ensueños de niña y se dibujaron sus primeras ilusiones de joven; cuando la vió triste, solitaria, abandonada, con las ventanas á medio cerrar, vacías y oscuras como los ojos de un muerto; cuando oyó el debil ruido de los cañaverales y los vió balancearse al impulso del fresco viento de la mañana como diciéndole «adios», entonces su vivacidad se disipó, detúvose, sus ojos se llenaron de lágrimas y dejándose caer sentada sobre un tronco que había caido junto al camino, lloró desconsoladamente.

Con la triple velocidad del Ródano, de la hélice y del viento mistral, extiéndense las dos orillas. De un lado está la Crau, una llanura estéril y pedregosa. Del otro, la Camargue, más verde, que prolonga hasta el mar su hierba corta y sus marismas cuajadas de cañaverales. En cada pontón vese una quinta blanca y un ramillete de árboles.

Son muchos los abusos, ó como ellos dicen, los ugales, que tienen los tagalos; los primeros están basados en la creencia de los nonos; con dichos genios ó nonos, ejecutan los indios muchas y muy frecuentes idolatrías; cuando quieren coger alguna flor ó fruta del árbol, le piden licencia al nono para poderla tomar; cuando pasan por algunas sementeras, ríos, esteros, bosques y cañaverales, piden licencia y buen pasaje á los genios que en ellos habitan.

Rafael creyó varias veces oír en la ribera, a lo largo de los cañaverales, ruido de cañas tronchadas, pasos cautelosos de gente que les seguía. Calla, alma mía. No cantes; te van a conocer. Adivinarán quién eres. Llegaron al ribazo donde habían embarcado. Leonora saltó a tierra; quería ir sola hasta casa; se separarían allí. Y la despedida fue dulce, lenta, interminable. Adiós, amor; un beso.

Los inmediatos cañaverales se estremecían agitados por la carrera medrosa de los hombrecillos. Gillespie iba á tenderse otra vez en la arena, convencido de que nadie osaría ya atacarle, cuando sintió que algo se agitaba debajo de uno de sus pies.

Palabra del Dia

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