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Los salvajes los rodearon al momento. El Capitán y sus compañeros habían tenido tiempo de huir hacia la playa, desde donde rompieron el fuego contra los indígenas, apuntando especialmente a los jefes y a los brujos. ¡Vanos esfuerzos! Los salvajes, a pesar de los estragos que las balas hacían en ellos, no retrocedían.

Por lo menos habréis oído hablar de ellos. Tales somos, que no brujos ni demonios. ¿Á qué ese espanto, rubio querubín? preguntó el otro. No os extrañe mi sorpresa, repuso por fin Roger. No había visto un juglar en mi vida y mucho menos esperaba contemplar en el aire dos pares de piernas danzando misteriosamente. ¿Pues y el saltar sobre vuestros cráneos?

No fue menester, por ejemplo, de la Inquisición de España para el suplicio de Vanini, de Bruno, de Miguel Servet, de Tomás Moro y de María Estuardo. Si hiciésemos la exacta estadística de todos los herejes quemados vivos en España, acaso sería menor su número que sólo el de las brujas y brujos que en Alemania fueron quemados.

Sólo de brujos y brujas, si hemos de creer á Michelet, en Tréveris quemaron siete mil; pocos menos en Tolosa de Francia; en Ginebra quinientos en tres meses; en Wurtzburgo, ochocientos de una sola hornada, y mil quinientos en Bamberg. Convengamos en que jamás hubo en España tan espléndidas y colosales chamusquinas.

Y en esta jornada postrera y yo, como dos nigromantes de esos que el vulgo llama brujos, vamos á dar tres grandes vuelos: el primero á modo de águilas cerniéndonos sobre las cumbres de las montañas; el segundo como ánades por las orillas del Guadalquivir abajo; el tercero como alondras que con inciertos giros revolotean en la campiña de aquí para allá, atraidas por los destellos de los objetos lucientes, y se remontan gorjeando cuando no hallan atractivo en el suelo.

En la Universidad de Salamanca, el poeta Torres de Villarroel no encontraba ni una sola obra de geografía, y cuando hablaba de matemáticas, los discípulos le decían que eran cosas de sortilegio, ciencia del diablo que únicamente podía entenderse untándose con el ungüento que usan los brujos.

Y cuando el coronel iba á agradecerle tanta amabilidad, quedó estupefacto y con el aliento cortado. Porque usted debe saber, indudablemente, que el español es la lengua usual del diablo, después del latín. En español están escritos los más poderosos conjuros. ¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos de Salamanca!

En las mismas leyes en que señala el castigo de los judíos de quienes se averiguase que crucificaban niños, habla de las penas con que deberian ser oprimidos todos los que tuvieren pacto con el diablo i fueren brujos i brujas .

Se destacaron sobre la llanura, como libélulas grises, varios aeroplanos dispuestos á volar. Muchos hombres se agrupaban en torno de ellos. Los campesinos convertidos en soldados consideraban con admiración al camarada encargado del manejo de estas máquinas. Veían en su persona el mismo poder de los brujos venerados y temidos en los cuentos de la aldea.

Buenos chicos, ¿eh? dijo Elías, riéndose como deben reír los brujos en el aquelarre. El sobrino no contestó, contentándose con encomendar mentalmente á Dios á su buen amigo Alfonso Núñez. ¡Tengo un plan!... añadió el fanático con cierta satisfacción de mismo, plan soberbio. Si supieras, Lázaro. Pero eres muy tonto y no puedes comprender esto. Son buenos chicos esos que te he dicho, ¿no?