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Un muchacho entrerriano, grande como un patagón, cuyo desarrollo físico no guardaba armonía con su desarrollo moral, tenía invariablemente a su cargo el papel modesto de sol; le hacía abrir los brazos, y tomándolo por la cintura, mal gré, bon gré, lo colocaba en el centro de la clase. Buscaba en seguida al alumno más chico y lo ponía en un extremo del aro celeste discerniéndole el papel de luna.

Sacó una botella de coñac viejo y otra de bon vino, de un maletín de piel de cerdo, elegante prenda de mundano antes que de clérigo. Se sentó a comer. Cuanto más le miraba, menos me parecía un cura y más un hombre de mundo. Por obra del acaso dijo, a tiempo que comía despacio , me ha sorprendido usted en mi intimidad de hombre. Si hace unos momentos, al hallarle a usted....

Cerca ya de la barraca, cuando oía los ladridos de su perro, que le había adivinado, vió un muchacho, un zagalón, que, sentado en un ribazo, con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada, se incorporó para saludarle: ¡Bòn día, siñor Batiste! Y el saludo, la voz trémula de muchacho tímido con que le habló, le impresionaron dulcemente.

Llevaba pantalones. Era su hermano Pepet... Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes, preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el apodo de el Capellanet. ¡Bon día tengui!... Pepet extendió una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella dos platos tapados y una botella de vino de parra que tenía el color y la transparencia del rubí.

«C'est gentilexclamó el vizconde de la Ferronière. «J'en meurs pour le bon vin du Porto, et de Bourgogne aussi.» ¡Gracias, gracias! Has tenido una piadosa idea, mi querido nieto, digna de la generosa hospitalidad de tus abuelos articuló la voz de doña Brianda. Y doña Inés nada dijo, pero sonrió con tal encanto a su sobrino-nieto, que su sonrisa era una flecha de amor...

Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas; pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado. De cuando en cuando, juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho, y decía: -Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño. Y Sancho respondía: Bon compaño, jura Di!

El Rey habla en estos términos á sus vasallos reunidos: Vasallos, deudos y amigos, Cuya lealtad y virtud Canta el sol por fa, mi, re, La fama por re, fa, ut; Ilustre nobleza y plebe, Que al brindis de mi salud Agotárades ahora Aun la cuba de Sahagún: Ya sabéis que yo, inclinado Fuí desde mi juventud Á las letras, estudiando Todo el ban, ben, bin, bon, bun, Hasta el arte de Nebrija Y las tablas del Talmud.

Yo estoy seguro de que si el amenísimo Gustavo Le Bon, después de estudiar concienzudamente «el alma» de los pueblos asirio y caldeo, y de buscar en Herodoto, y de aprenderse de memoria páginas de Suetonio y de Salustio, se hubiese tomado el trabajo de frecuentar durante dos ó tres temporadas los bastidores de un teatro, hubiera podido aljofarar con muchos y muy nuevos y curiosos «puntos de vista» su famoso libro «Psicología de las multitudes».