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Actualizado: 5 de junio de 2025


Si le establecía vigilancia, sus sospechas serían mayores, mientras si procedía abiertamente, podía conseguir desarmarlo. Girando sobre mis talones, me dirigí directamente adonde se había parado a esperar pacientemente la llegada de Blair, según parecía. Perdone, signore exclamé en italiano, pero creo, si no estoy en un error, que nos hemos conocido... en Londres, hace un año... ¿no es verdad?

Se levantó, y de una gran caja negra de papeles, con la siguiente inscripción: «Burton Blair, Esquire», sacó el testamento del muerto, y, abriéndolo, me mostró la siguiente cláusula: « Dono y lego a Gilberto Greenwood, de Los Cedros, Helpstone, la bolsita de gamuza que se encontrará en mi persona en el momento de mi muerte, con el objeto de que pueda sacar provecho de lo que hay dentro de ella, y como compensación de ciertos servicios valiosos que me hizo.

Sea esto verdad o mentira, sin embargo, los hechos quedan en pie, y son: que Poldo debió dejar escapar en medio del delirio de la fiebre parte de su secreto, y que Blair vino a ser el dueño de las pequeñas cartas.

Nos ha desafiado, y hasta el último momento se ha burlado de nosotros. Blair no era un tonto. Sabía lo que el conocimiento de esa verdad significaba para nosotros: una enorme fortuna. Lo que ha hecho, sencillamente, es guardar su secreto. Y dejarnos sin un centavo. Aunque hemos perdido miles, Gilberto, no puedo menos de admirar su tenaz determinación.

Sabe, señor Greenwood dijo, con un inesperado tono de confianza, que más de una vez, después de la muerte de su padre, he pensado que ella está en posesión de la verdad; que conoce la razón de este extraño lazo de amistad que unía al señor Blair con este hombre sin conciencia, a quien tanto poder sobre ella y su fortuna le ha sido otorgado.

Me mostró una que ha llegado hace diez días y la tiene, en espera de su dueño. ¿Podría ser de Blair? pensé yo para . ¿Qué clase de letra era la del sobre? le pregunté. De tipo inglés, gruesa y pesada. Noté que la palabra signore está mal escrita. La letra de Blair era gruesa, porque, generalmente, escribía con pluma de ave. Tuve ansias de poderla ver.

Parecía medio muerto de hambre, y al principio se mostró taciturno y reservado; pero luego, cuando hubo apreciado lo bastante mi carácter, me dijo que se llamaba Burton Blair, que hacía diez años que había perdido a su esposa, durante su ausencia en el extranjero, y que la pequeña Mabel era su única hija.

El misterio aumentaba. ¿Por qué Blair deseaba emplear personas que supieran guardar silencio? ¿De qué índole era el trabajo que necesitaba tanto secreto? Evidentemente, Blair tomaba todas las precauciones posibles para recibir las cartas del italiano, indicándole que se las dirigiese, bajo diferentes nombres, a los hoteles adonde iba por una noche, y allí las reclamaba.

Contra lo que nosotros esperábamos, transcurrió bastante tiempo antes que pudiéramos conseguir que Blair consintiese en que su hija volviera al colegio, porque, en verdad, tanto el padre como la hija se amaban entrañablemente y estaban muy apegados.

Aunque Reginaldo y yo teníamos siempre nuestro pequeño pabellón de caza en Helpstone, después de la muerte de Blair no habíamos ido ni una sola vez. Además, aquella estación había sido de extraordinario movimiento en el comercio de encajes, y Reginaldo parecía más esclavo que nunca de su casa de negocio.

Palabra del Dia

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