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Así hay solomillo a la Chateaubriand, salmón a la Chambord, y otros condimentos a la Soubisse, a la Bismarck, a la Thiers, a la Emperatriz, a la Reina y a la Pío IX. Para mayor concisión se suprime el nombre de lo guisado y queda sólo el del personaje glorioso; por donde cualquiera se come un Pío IX o un Chateaubriand, sin incurrir en antropofagia.

, señor; primero me quedo con él en el cuerpo que se lo al príncipe de Bismarck... y eso que mire usted, D. Ceferino, yo no tengo motivo para estar agradecido de los franceses. Aquí ha venido uno hace dos años, un monsieur Lefebre, que me ha quedado a deber quince días de pupilaje. Doblemente le honra a usted esa generosidad.

Pero la moral estorba á los gobiernos, y debe suprimirse como un obstáculo inútil. Para un Estado no existe la verdad ni la mentira: sólo reconoce la conveniencia y la utilidad de las cosas. El glorioso Bismarck, para conseguir la guerra con Francia, base de la grandeza alemana, no había vacilado en falsificar un despacho telegráfico. Y reconocerás que es el héroe más grande de nuestros tiempos.

Entonces vestía don Fermín un cómodo, flamante y bien cortado balandrán, y en un rincón de la alcoba se escondían las zapatillas de orillo y el gorro con mugre; el zapato que admiraba Bismarck, el delantero, y el solideo que brillaba como un sol negro, ocupaban los respectivos extremos del importante personaje.

Sus caretas de corto perfil y bigotes de cepillo les daban aspecto de dogos enfurruñados y una lejana semejanza con Bismarck. Entregó el capitán a Tritón un sobre sellado que contenía la lista de los candidatos al bautizo, bebieron juntos una copa de champán, y luego, seguido de los gendarmes, se retiró el enviado neptunesco, otra vez con acompañamiento de temblor de latas y estrépitos de bombo.

Vió la estancia, vió á sus cuñados que tenían el segundo hijo. «Le pondré el nombre de Bismarck», decía Karl. Luego, remontando muchos escalones, se veía en Berlín durante su visita á los Hartrott. Hablaban con orgullo de Otto, casi tan sabio como el hermano mayor, pero que aplicaba su talento á la guerra.

¡El Laudes! gritó Celedonio , toca, que avisan. Y Bismarck empuñó el cordel y azotó el metal con la porra del formidable badajo.

En dos siglos de historia prusiana, una sola revolución: las barricadas de 1848, mala copia berlinesa de la revolución de París, y sin resultado alguno. Bismarck apretó la mano para aplastar los últimos intentos de protesta, si es que realmente existían.

La Princesa le dirigía miradas de amor y gratitud. «¡Cómo me estoy divirtiendo! repitió Bismarck dando palmadas con sus manos de madera. Mientras llega la hora de volver junto al reloj y de oir su incesante tic-tac, divirtámonos, embriaguémonos, seamos felices. Si el caballero Pacorrito quisiera pregonar La Correspondencia, nos reiríamos un rato.

Había que ir adelante, hasta conquistar la tierra entera. Y la guerra viene continuó . Necesitamos las colonias de los demás, ya que Bismarck, por un error de su vejez testaruda, no exigió nada á la hora del reparto mundial, dejando que Inglaterra y Francia se llevasen las mejores tierras.