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Actualizado: 23 de junio de 2025


El rostro de Marta estaba bañado por un matiz purpúreo; en sus cabellos brillaban pequeños resplandores, y la mano que reposaba en la colcha, parecía iluminada por dentro. Acerqué el biombo a su cama para evitar que el reflejo de la luz la molestara.

En lo interior había muchas estampitas de cajas de fósforos pegadas con pan mascado a un biombo que hacía de pared, un hornillo de barro puesto sobre una banqueta de piano que conservaba restos de damasco amarillo, y un cofre sin tapa lleno de suelas de calzado que despedía un hedor insufrible.

Entróse, pues, una mañana en casa del respetable Butrón, nervioso y descompuesto, y con las falanges de su dedo índice ya desplegadas y la frase sacramental ¡lo dije! , colgando de los labios, traspasó el misterioso biombo de nueve hojas que servía de reducto con el despacho a los secretos del diplomático.

De repente don Juan se dirige hacia la alcoba, porque más allá del hueco que la separa del despacho, se ve la cama cubierta de un rico paño japonés. «Esto está mal; no debe verse tanto» pensó, y desplegando un biombo de telas antiguas, ocultó el lecho, del cual sólo quedaron visibles las almohadas, blancas, limpísimas, aún cuadriculadas por los dobleces del planchado.

Vi entonces, suspendida del biombo, una corona de yedra que no había visto hasta ese día, una corona igual a la que yo tenía costumbre de enviar los días de gran fiesta a la tumba de mis padres. Quizá provenía de allí. En ese momento parecía trenzada de llamas; todo en ella tomaba una vida fantástica.

Veíase en un extremo, tras un gran biombo de nueve hojas de laca de Coromandel, descascarado por todas partes, una enorme mesa cargada de papeles y rodeada de artísticos armarios, todos al alcance de la mano, sancta sanctorum, donde sólo penetraban los iniciados en los asuntos y manejos del diplomático.

El dia siguiente, despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de un biombo Candido y Cunegunda; esta dexó caer el pañuelo, y Candido le alzó del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin malicia Candido estampó un beso en la de la niña, pero con tal gracia, tanta viveza, y tan tierno cariño, qual no es ponderable; topáronse sus bocas, se inflamáron sus ojos, les tembláron las rodillas, y se les descarriáron las manos.... En esto estaban quando acertó á pasar por junto al biombo el señor barón de Tunder-ten-tronck, y reparando en tal causa y tal efecto, sacó á Candido fuera de la quinta á patadas en el trasero.

Pasó tras el biombo otra vez, y Julián la siguió aturdido, sin saber lo que le sucedía. Con la cabeza baja, los labios temblones, la señora de Moscoso arreglaba, sin disimular el desatiento de las manos, los pañales de su hija, cuyo llorar tenía ya inflexiones de pena como de persona mayor. Llame usted al ama ordenó secamente Nucha. Corrió Julián a obedecer.

Encima de estos muebles se veían roperos sin ropa, jaulas sin pájaros, y arrinconado en la pared, un biombo de cuatro dobleces, mueble que, entre los demás, tenía no qué de alborozado y juvenil.

Un biombo cubierto de figuras de oro formaba como una segunda habitación, más íntima, con el suelo alfombrado de pieles blancas de largos y sedosos pelajes, sobre las cuales se amontonaban docenas de almohadones de diversos colores, con reptiles alados y flores inverosímiles. Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado. Conocía este perfume. Y miró á la duquesa con severidad.

Palabra del Dia

rigoleto

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