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Actualizado: 11 de noviembre de 2025
El Maestrico había marchado el día anterior á Bilbao para comprar algunos regalos á la novia y, al regreso, el amante y su padre le habían esperado en el camino. Aresti oyó unos gemidos á su espalda. Entre el gentío, un minero viejo se llevaba las manos á los ojos. Antón... pobre Maestrico. ¡Matar á un hombre así! ¡Tan bueno!... ¡tan trabajador!
Un poeta bilbaíno que me quiso leer unos versos el otro día tuvo que buscar el manuscrito entre unas cuantas navieras que llevaba en la cartera. Afortunadamente, Bilbao está llamado a tener más dinero cada vez, y uno no puede imaginarse su porvenir más que en una visión gloriosa.
No eran tan terribles. En Inglaterra se reirían oyéndoles hablar de tales gentes. Allí las despreciaban, si es que alguna vez hacían memoria de ellas. ¿Pero es que Londres es Bilbao? gritó exasperado el doctor. ¿Acaso Inglaterra es España? Ya sé yo que se ríen de ellos en todas las naciones modernas y poderosas: únicamente Francia se rasca de vez en cuando para echárselos lejos.
Tenía un golpe en el corazón, una de aquellas puñaladas que sólo se veían en las minas donde vive tanta gente salida del presidio. Además, le habían herido en la cara, en las manos, en todo el cuerpo. Debían ser dos los que le acometieron, cerrada ya la noche, cuando volvía de Bilbao. Para el juez, el suceso no ofrecía dudas. De allí iría á prender á los culpables sin miedo á equivocarse.
El reloj de la torre de San Lorenzo fué también colocado á fines del siglo XVI y el que actualmente existe se puso en 1853 siendo construído por José Manuel Zugasti en Bilbao, que hizo además el de la torre de la plaza del Altozano.
Aresti, excitado por este estruendo, recordaba la famosa batalla de las Encartaciones, cuando el ejército liberal intentaba levantar el sitio de Bilbao por segunda vez. La ferocidad de los hombres, la triste gloria de la guerra y la destrucción, habían popularizado los nombres de dos humildes aldeas de Vizcaya.
Y cuando otro hombre, en el mismo Bilbao, le ofrece vagonetas a la gente, esto tampoco implica el que ese hombre tenga muchas vagonetas en su poder, sino que conoce a un señor, el cual, por medio de otro señor, sabe de un tercer señor que quiere vender vagonetas.
Vestía con más esmero, y los que estaban habituados á verle en los talleres con boina y zapatos de suela de cáñamo, sin preocuparse del polvo del carbón ni de las chispas del acero, se inquietaban ahora cariñosamente por los trajes nuevos y los sombreros flamantes adquiridos en Bilbao, que paseaba con su antiguo descuido entre las fraguas chisporroteantes y las nubes negras de los cargaderos.
Era propiedad de una vieja devota que, por legar toda su fortuna á la Iglesia, se negaba á vender el edificio á Sánchez Morueta, dándose la satisfacción de tener por inquilino á uno de los primeros ricos de Bilbao.
Si otros hombres no hubiesen trabajado con anterioridad en el mismo orden de ideas, ¿dónde hubiese encontrado el ilustre economista alemán los materiales necesarios para construir su obra? Indudablemente, Carlos Marx no tiene culpa ninguna de lo que ocurra en Barcelona ni en Bilbao. La culpa, como digo, es de Platón, a quien le comunicó las malas ideas el señor Sócrates.
Palabra del Dia
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