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Actualizado: 7 de mayo de 2025
La regeneración no llegaba a España por el Norte, con las hordas de bárbaros, se presentaba por la parte meridional, con los árabes invasores. Al principio eran muy pocos, y sin embargo, bastaban para vencer a Ruderico y sus corrompidos próceres.
No bastaban la lluvia ni la nieve para que la oficina dejase de funcionar. Al romper el día llegaba el señor Manolo con sus ayudantes cargados de paquetes de periódicos. Tenía su especialidad, que era la venta de las afueras. Todos los vendedores, viejas, chicuelos y hombres haraposos, le rodeaban gritando, tendiendo sus manos para ser los primeros.
Si encontraba vacía una vivienda de esta especie, se la apropiaba. De no ser así, se comía al habitante, introduciendo después en el nacarado refugio su posterior, armado de dos patas ganchudas. No bastaban al débil paguro sus precauciones defensivas.
Todas las consideraciones que su deseo le sugería no bastaban a destruir la gran certidumbre que, sin saber cómo, se le había colado de rondón en el cerebro. Algunos pormenores, que habían pasado para él inadvertidos, adquirieron de pronto alto relieve, se alzaron como antorchas encendidas para guiarle.
Dos años le bastaban para completar estos estudios. El tío le había facilitado las matrículas y los libros, recomendándolo además á uno de los profesores, antiguo compañero de navegación. Cuando murió casi repentinamente don Esteban Ferragut, su hijo tenía diez y ocho años y estudiaba en la Universidad.
En la escuela los muchachos le miraban como un ser superior que por bondad descendía a educarse entre ellos. Una plana bien garrapateada; una lección repetida de corrido, bastaban para que el maestro, que era del partido para cobrar el sueldo sin grandes retrasos, dijera con tono profético. Siga usted tan aplicado, señor de Brull. Usted está destinado a grandes cosas.
Y a todo esto, el tío Batiste, alcalde de aquel distrito de la huerta, echando rayos por la boca cada vez que las autoridades, que le respetaban como potencia electoral, hablábanle del asunto, y asegurando que él y su fiel alguacil, el Sigró, se bastaban para acabar con aquella calamidad. A pesar de esto, Sènto no pensaba acudir al alcalde. ¿Para qué?
De cerca, sus bigotes engomados a la perfección no bastaban a compensar las patas de gallo y arrugas de todo linaje que le cruzaban el rostro. Era fabricante de conservas alimenticias y solterón empedernido, no porque dejase de honrar al bello sexo y tenerle en gran estima, sino porque pensaba que el matrimonio era la muerte del amor y sus ilusiones.
Verdad es que, hasta aquella fecha, con ninguna credencial había demostrado el embajador que lo hubiera sido real y efectivamente; pero ¿no bastaban su aserto, y, sobre todo, las familiaridades que se permitía con ministros y diputados en el salón de conferencias?
Tantos quehaceres no bastaban á satisfacer ni la actividad ni la ambición de la joven actriz, quien la noche del 12 de Abril de 1790, abría, con el nombre de «Teatro Montansier», las puertas del clásico coliseo del Palais-Royal. La inauguración fué un éxito completo.
Palabra del Dia
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