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A los bailes concurría todo Madrid, lo más cogolludo y rechispeante de la aristocracia, de la banca, de la política, de las artes y de las letras.

Aquí, si nuestro trabajo no llevara el carácter de un viaje á la ligera, nos detendríamos en muchas páginas; mas, sin embargo, como la rapidez de una banca no es, ni la que da aliento una caldera de vapor, ni una ventolina de empopada, ni aun la pujanza de cuatro hijos de las verdes vegas de la Cartuja, tenemos tiempo de ver y apreciar en el largo espacio que media desde el Trozo hasta que se entra en el caudaloso Pasig.

Un empleado del club trajo una botella de mimbre que contenía diez bolas numeradas, y después de agitarla, arrojó tres sobre la mesa: una para cada uno. Alicia, metida entre ellos con una familiaridad varonil, casi palmoteó de alegría. La suerte había favorecido á Spadoni; de él era la banca.

Admitió así, con mayor indulgencia de la acostumbrada, buen número de herederas pertenecientes a la alta banca francesa y cosmopolita, contando astutamente con que las intimidades de la vida de campo ofrecerían la deseada ocasión y harían madurar el perseguido proyecto, descartando con maquiavélica experiencia a las casadas jóvenes y bonitas, quienes podrían distraer la atención del neófito, en secundarias bagatelas.

De Guinayangan fuimos en banca contra corriente del río Cabibijan hasta el desembarcadero de Alunero; de aquí á caballo más de dos horas hasta encontrar las aguas del río Calauag, y una vez dentro de aquellas los remeros condujeron la banca á dicho pueblo.

Hacía la vida del hombre de mundo; entraba en las casas más aristocráticas de la corte; trataba familiarmente a la mayoría de los personajes de la banca y la política; era socio antiguo del Club de los Salvajes, donde se placa en bromear todas las noches con los jóvenes aristócratas que allí se reunían, quienes le trataban con harta confianza que no pocas veces degeneraba en grosería.

Había circulado la noticia: el pianista Spadoni, considerado por todos como un parásito armonioso, iba á ocupar el mismo sitio que era las otras noches del griego; pero en realidad, la banca pertenecía á la duquesa de Delille. En torno de la mesa se formó una triple fila de personas, oprimidas pecho contra espalda, incrustándose unas en otras para ver mejor sobre los hombros inmediatos.

Y así era en efecto: que ni en la nobleza toda, ni en toda la alta banca, había dama más digna de disfrutar aquellas grandezas que la duquesa Margarita, noble hasta las puntas de sus larguísimas pestañas negras, y elegante hasta el claro fondo de sus ojos azules.

La duquesa, inmóvil á sus espaldas, parecía comunicarle su fe. Hizo varias tallas, siempre ganando, y al aumentar considerablemente el dinero de la banca, se excitó la codicia de los jugadores. Los que rieron de la torpeza de Spadoni fruncían ahora las cejas con un interés agresivo, tomando parte en el juego. Así como aumentaba el capital, eran más gruesas las puestas.

Pero aunque hombre prudente y experto en los negocios, la viuda no se los apreciaba ni aun quería oirlos. Al fin y al cabo, entre él y Salabert existía enorme distancia: el uno era un negociante vulgar, el otro un genio de la banca. Sin embargo, éste asentía con sonidos inarticulados a las indicaciones bursátiles del dueño de la casa. Pepa no se fiaba.