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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Sin ver a D. Miguel sintió su hálito poderoso, y bajándose repentinamente al tiempo que aquél llegó a echarle la zarpa, consiguió que fallara el golpe y fuera a dar de bruces en el altar. Antes que el párroco pudiera revolverse, ya había emprendido la carrera hacia la puerta. Fue en vano.
Bebieron otra copa, y su efecto fue tan prodigioso en el alma tradicional del barón, que se puso inmediatamente a bailar el zapateado inglés sobre la mesa, sin que Fray Diego dejase por ello de verter abundantes lágrimas. ¡Hum! No me gusta este baile de extranjis manifestó al fin bajándose de un salto; prefiero la danza prima. Ven acá, tío Diego...
Y pues ya llega la noche, y destas alabanzas no puedo salir menos que callando para encarecellas, dejemos para mañana lo demás; bajándose del terrado a tratar que se aderezase la cena, y a salir un poco por la ciudad a su insigne Alameda, que hizo y adornó con las dos colunas de Hércules el Conde de Barajas , asistente de Sevilla, y después, de Castilla dignísimo presidente.
Pusose Lucía color de brasa, y bajándose, cogió un puñado de hojas secas, maniobra que le sirvió para disimular su confusión. Después se entretuvo en reducirlas a polvo entre el índice y el pulgar, soplando para aventarlo más presto.
¡Agáchate, agáchate! me dijo el viejo bajándose; al mismo tiempo, a diez pasos de nosotros, una codorniz atemorizada abrió cuanto pudo sus alas y su pico, y tendió el vuelo dando un grito de miedo. Oí un formidable ruido y nos rodeó un polvo de un olor extraño, blanco y caliente, aunque apenas había salido el sol. Estaba yo tan asustado que ya me era imposible correr.
No ha menester mayor río Madrid dijo don Cleofás , pues hay muchos en él que se ahogan en poca agua, y en menos se ahogara aquel regidor que entró en el Ayuntamiento de las ranas del Molino quemado . ¡Qué galante eres dijo el Cojuelo , don Cleofás, hasta contra tus regidores! Bajándose con esto de la azutea, y la Rufina protestando al Cojuelo que le había de cumplir la palabra al día siguiente.
Y bajándose tiró de una de las tetas al animal e hizo salir dos o tres chorros de leche que humedecieron el suelo. Al mismo tiempo volvió su faz, congestionada por la posición tanto como por el gozo, hacia el joven coadjutor.
Martita, ¿qué te pasa?... ¿Qué tienes? le preguntó todo asustado, bajándose para verle el rostro. Nada, nada..., déjame. ¿Pero por qué lloras?... ¿Te he lastimado?... ¿Te he ofendido?... No, no..., déjame, Ricardo..., déjame, por Dios. Y levantándose del banco echó a correr en dirección de la casa, limpiándose los ojos.
Sí, sí... me vuelvo replicó la joven bajándose aún más el pañuelo de la cabeza para taparse la frente y embozándose con el mantón. Déjame ahora, que me voy por las calles. Echa á andar delante. Yo te seguiré nada más que hasta la esquina de la calle de la Verónica, porque me voy á la cervecería.
Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo. ¡Pobre! murmuró cariñosamente . ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!
Palabra del Dia
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