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Actualizado: 14 de junio de 2025


La pluma, divagando por la bóveda del salón sintió que desde la mesa subían á acariciar sus sentidos los dulces vapores de la mesa, y se embriagaba con la fragancia de los vinos, escanciados sin cesar en copas de oro.

Al principio, cuando yo tenía que entrar aquí con esos barrilillos a la espalda, sudaba la gota gorda; pero ahora ya me he acostumbrado. ¿Y si se te escurriera un pie? Pues nada; se acabaría todo. Lo mismo da morir ensartado en un abeto que toser durante semanas y meses tendido en un jergón. En tal momento, Divès iluminaba con la linterna las pilas de barriles, que llegaban hasta la bóveda.

¡Oh! ¡cuán lamentable cosa es no haber visto nunca la bóveda azul del cielo en pleno día! exclamó el doctor con espontaneidad suma . Dígame usted, ¿este conducto donde las ideas de usted se desarrollan magníficamente, no se acaba nunca? Ya, ya pronto estaremos fuera.... ¿Dice usted que la bóveda del cielo...? ¡Ah!

Lucía, anonadada, casi de hinojos, cruzadas las manos, imploraba: Artegui, alzado el brazo, erguido el cuerpo, mirando con doloroso reto a la bóveda celeste, pareciera un personaje dramático, un rebelde Titán, a no vestir el traje llano y prosaico de nuestros días.

Semejante camino, hasta donde llegan las copas de los abetos más altos que suben del precipicio, tiene algo de siniestro, pero es seguro; si no se siente el vértigo, no hay peligro alguno en recorrerlo. Por encima, formando una media bóveda, avanzaba la roca cubierta de ruinas.

Todas estas circunferencias son paralelas entre si y tienen dos centros comunes ó polos, que son puntos invariables de la bóveda celeste. Uno de esos polos está situado sobre el horizonte del lugar donde se le observa; el otro, que está situado por debajo, no puede, en consecuencia, ser visto.

Traedla con vos esta tarde, Aarón dijo Silas , ha de tener algo que indicarnos para que las cosas se hagan mejor. Aarón se fue y ascendió hacia la aldea, mientras que Eppie y Silas siguieron por el sendero solitario bajo la bóveda de las encinas.

Cuando reverberaban centenares de luces en aquellas refulgentes molduras, y en las innumerables cabezas de los ángeles que formaban parte de su adorno; cuando los sonidos del órgano, armonizando con la grandeza del sitio, y con la solemnidad del culto católico estallaban en la bóveda de la iglesia, demasiado estrecha para contenerlos, y se iban a perder en las del cielo; cuando se ofrecía esta grandiosa escena, sin más espectadores que el desierto, la mar y el firmamento, no parecía sino que para ellos solos se había levantado aquel edificio y se celebraban los oficios divinos.

Esta escena muda, que fue brevísima, acabó por echar Pito el sombrero al aire, es decir, por estrellarle contra la bóveda erizada de puntas calcáreas; Chisco hizo lo propio, y yo no quise ser menos que los dos.

He aquí lo sucedido: Una joven marquesa de Saint-Point, a la que se creyó muerta a causa de un prolongado desvanecimiento, acababa de ser enterrada en una fosa abierta en la bóveda de la sepultura; ya la piedra que debía cerrarse bajo los pies del sacerdote estaba colocada sobre el sepulcro.

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