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Actualizado: 21 de junio de 2025
Este proyecto era nada menos que el de trasladar la fuente de Apolo del Prado al centro de la Puerta del Sol. ¡Y que un mercachifle indigno como Pérez, de criterio estrecho, sin gusto y sin estética, se atreviese a disputarle el puesto!
Cada oso tiene su nombre y sus partidarios: los Berneses los admiran con deleite como maravillas, y el extranjero que se atreviese a burlarse de la institucion, ó á injuriar á un oso ó negarle sus méritos, sería mirado como enemigo del país y del honor nacional.
Le confieso que nuestro parecido me causó un asombro igual al que usted muestra ahora. Gillespie, que después de su primera extrañeza empezaba á sentirse algo ofendido por el hecho de que este animalejo humano se atreviese á parecerse á él, dijo con brusquedad: ¿Quién es usted?... ¿Cómo se llama?...
Por lo demás, su candor rayaba en lo inverosímil: cualquier disparate, por grande que fuese, con tal que se lo dijesen en serio, lo creía; no le entraba en la cabeza que una persona de años y de carácter se atreviese a decir delante de gente una patraña por sólo el placer de embromar a un amigo; no obstante, tanto abusaron de las mentiras con él, que andando el tiempo llegó a no creer siquiera las verdades, o por mejor decir, éstas eran las que se le atravesaban con más frecuencia.
La resistencia y la fuga eran imposibles. Gómez de Aguilar tenía que rendirse. ¿Dónde están sus hijos? preguntó Aliatar a D. Pedro. He venido solo, porque no podía creer que se atreviese 15 Vd. a llegar hasta aquí. Sonrió el viejo alcaide, enseñando unos dientes todavía blancos y replicó: Me habían ponderado mucho su finca y tenía deseos de conocerla.
Procuré también que a los corregidores y cabildos se les tratara con aquella atención que encargan las leyes, y que ninguna persona de ninguna calidad se atreviese a faltar al respeto debido a ninguno de sus individuos, haciéndoles conocer a éstos el modo con que debían portarse para no desmerecer las honras y distinciones debidas a sus empleos, y que yo quería se les guardasen como lo manda el Rey.
¡Bah! tú que has nacido para ser víctima, no conoces la venganza. ¡Peor para ti! Un cristiano no puede, no suele ser vengativo. ¡Pobre rey! mañana te herirán en el corazón... digo, si es que tú tienes corazón. ¡Que me herirán en el corazón! ¡Si mañana te matasen á tu buena esposa!... ¡Oh! ¡si un traidor se atreviese á la reina, moriría! exclamó el rey con una llamarada de firmeza.
Entregaronse ambos prisioneros, pero con diferente suerte, porque al uno le apartaron para quitarle la vida, y al otro para darle libertad. Honraron con grandes demostraciones de contento á Montaner, y á Palacin mandó Rocafort cortarle luego la cabeza, sin darle mas tiempo de vida de lo que el verdugo tardó á darle la muerte, y sin que persona alguna se atreviese á replicar sobre ello á Rocafort.
Ella valía infinitamente más que él, ella era noble; pero la dudosa ejemplaridad de su vida podía hacerla inferior. ¡En qué vacilación tan grande estaba! En su alma el asco era inseparable del agradecimiento. ¿Cómo contestarle y expresar en una frase el desprecio y la consideración?... ¡Que un ganso semejante se atreviese a poner sus ojos en persona tan selecta!
Ya no le tuteaba. Transcurrieron varios días sin que el torero se atreviese en sus visitas a recordar el pasado. Limitábase a contemplarla en silencio con sus ojos africanos, adorantes y lacrimosos. Me aburro... Voy a marcharme cualquier día exclamaba la dama en todas las entrevistas.
Palabra del Dia
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