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Actualizado: 20 de julio de 2025
Iba avanzando lentamente, con pasos firmes, pero con el cayado por delante tanteando el terreno. La familia le miró con atención. Era el único que en las dos semanas que allí estaban se atrevía á aproximarse á las tierras. Al notar la vacilación de sus ovejas, gritó para que pasasen adelante. Batiste salió al encuentro del viejo.
Al pobre Jacinto no se le ocultaban las intenciones del capellán porque las ponía bien de manifiesto, pero era harto inocente para saber contrariarlas: ni aun se atrevía á quejarse. En cuanto D. Lesmes entró en la esfoyaza se puso más triste que la noche: así que comenzó á departir con su novia quedó repentinamente mudo y sombrío.
Señora... Y aquí se atascó el diálogo, porque la santa no se atrevía a pasar adelante. Pero quiso Dios que la misma esfinge le abriese camino diciéndole: «Yo conocía a usted de vista y de fama; pero nunca había tenido el gusto de hablarle... Es usted una santa, y cuando se muera, la canonizaremos y la pondremos en los altares».
Don Benito, que estaba al lado del lecho, miraba extinguirse aquel coloso con una frialdad perfecta. Mi tío no se atrevía a acercarse al borde de la cama: los médicos se habían separado, seguros ya del desenlace. Acérquese, señor dijo a mi tío uno de ellos...
Ana, aunque Álvaro no se atrevía a ser muy explícito en este particular, comprendía lo que su amigo, nuevo hermano, quería decir y aprobaba su prudencia. Por todo lo cual pudo el Provisor atreverse a insinuar aquel deseo que en otro tiempo hubiera sido impuesto en un decreto sin exposición de motivos. Ana fue a La Costa.
¡Sí, don Fermín, por Dios! exclamó doña Lucía, juntando las manos segura estoy de que recobrará la salud aquella querida niña, si usted le lleva el consuelo de su palabra. No se atrevía a llamarla su hija. La creía de Dios, sólo de Dios. Después se habló de otra cosa.
Además, Anita no se atrevía a confesar aquello con el Magistral. Hubiera sido hacerle mucho daño, destrozar el encanto de sus relaciones de pura idealidad.
En dos noches y un día apenas descansó, manejando casi al mismo tiempo el timón y el motor, pues no se atrevía á emplear todas sus velas con esta escasez de hombres.
Yo me compadecí de la infeliz porque la mudez me parece una gran desgracia para una niña casadera. Afortunadamente, sólo se trataba de una mudez artística. La chica tenía una lengua bastante suelta; pero el director no se atrevía a confiarle más que papeles silenciosos. Y ¿por qué no la dejan hablar?
Se sentaban con aire de señores, rodeando al maestro, mientras por la galería opuesta paseaba el Vara de plata como un fantasma negro, leyendo su libro de horas y lanzando de vez en cuando una mirada triste sobre el grupo. ¡Hasta su antiguo vasallo el cura de las monjas se atrevía a abandonarle para escuchar a Gabriel!
Palabra del Dia
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