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Con permiso de usted, la voy a besar otra vez. No la había besado nunca. No me atrevía, ni ella lo habría consentido, porque era la persona más honrada y honesta que usted puede imaginar». Guillermina sentía tanto asombro como lástima ante las demostraciones de aquel buen hombre que con tanta franqueza se expresaba.

El contratista, cachazudo, contestaba con grave calma. Si Potaje no se atrevía a montarlo, era porque los piqueros de ahora tenían miedo a todo.

Anita recibía las pocas visitas que don Álvaro se atrevía a hacerle, sin alterarse, tranquila en su presencia, y tranquila después que se marchaba. Procuraba apartar de él su pensamiento, con la conciencia de que era aquel recuerdo una llaga del espíritu que tocándola dolería.

Pero ella quería escribirle; de palabra no se atrevía a decir ciertas cosas íntimas, profundas; además no podía decirlas; y sobre todo, la retórica, que era indispensable emplear, porque a ideas grandes, grandes palabras, le parecía amanerada, falsa en la conversación, de silla a silla.

La doctora sólo podía habitar un edificio moderno é higiénico. Pero no se atrevía á hacer preguntas y pasaba adelante, temiendo ser espiado desde una ventana. Al fin desistía de su empeño. Chiaia tiene muchas calles, y él vagaba sin rumbo, pues el conserje del hotel no había podido proporcionarle ninguna indicación precisa.

Fué esto un acuerdo tácito de toda la huerta; una conjuración instintiva, en cuya preparación apenas si mediaron palabras; pero hasta los árboles y los caminos parecían entrar en ella. Pimentó lo había dicho el mismo día de la catástrofe. «¡A ver quién era el guapo que se atrevía á meterse en aquellas tierras

De todo había en su nueva esfera de acción, especialmente de zozobras é inquietudes, dándoselas, y no flojas, la mala traducción que sus obras hallaban en el almacén de marras, único punto adonde él se atrevía á llevarlas, porque en la población del centro seguro estaba él de que no pasaban.

¡Hombre!..., no me atrevía yo a decir tanto. Pues atrévase usted, aquí que no nos oye la patria. Luego, es decir, que todo esto de Parlamento... Es una calamidad. Aquí no hay más que ambiciones personales, con las que es imposible todo gobierno. Tiene usted mucha razón. ¡Y siempre sucederá lo mismo! De manera que si esto, que es notoriamente malo, se suprimiese...

Pero yo pregunto añadió con exaltación, dejando caer la capa y echando atrás el sombrero , yo pregunto: ¿qué gente tiene a su lado el Príncipe? A ver; responderme. Don Basilio, no se atrevía a responder. Contentábase con tomar aires de hombre profundo, que no se resuelve a soltar el enjambre de ideas que le zumban en el cerebro. Responderme. Nadie... cuatro gatos dijo Montes.

No se atrevía a insistir en su empeño ante la inalterable dureza de aquella roca en forma humana, que exteriormente tenía todas las escabrosidades de la peña y por dentro todos los amargores del mar; pero también él, el jesuita, tenía a falta de aparentes durezas, la constancia y persistente fuerza de la ola.