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Doña Manuela y Leocadia se asomaron al balcón, y la última, al verle pasar bajo un farol y desaparecer por el arco hacia la Plaza Mayor, tuvo una frase, que era la abreviatura de la situación por que atravesaba la familia. ¡Qué raro se me hace esto! ¡Parece mentira que sea de casa!

Había ya pasado una hora sin que ocurriera nada extraordinario, cuando Cornelio creyó ver una masa oscura que atravesaba rápidamente el río describiendo una curva por el aire. Se había destacado de un árbol situado en la orilla derecha, y desapareció bajo los bosques de la opuesta. Van-Horn, ¿has visto? preguntó, echando mano precipitadamente del fusil.

Aquel sombrío vividor de insaciables apetitos, entregado a una crápula obscura y misteriosa, atravesaba el último torbellino de sus tempestuosos deseos. La virilidad, al sentir la cercanía de la vejez, antes de declararse vencida, ardía en él con más fuerza, y el poderoso jefe se abrasaba en el postrer destello de su animalidad exuberante. Era una puesta de sol que incendiaba su vida.

Los emigrantes estaban ocultos en los sollados. De vez en cuando, un marinero con impermeable amarillo y casco encerado atravesaba el combés por alguna necesidad del servicio, recibiendo impasible las fuertes salpicaduras del Océano, hundiendo sus botas altas en el río salado que cada ola hacía rodar de una banda a otra del buque.

Cierta vez descubrió un puntillo movedizo, un cuerpecito minúsculo que atravesaba el huerto, subía los escalones del torreón, y se asomaba luego a las troneras. Era ella seguramente. El no había querido volver a la casa de don Alonso, y se había jurado olvidar a Beatriz para siempre.

Mientras le preparaban el baño, estuvo hablando con la superiora de asuntos religiosos: esta conversación la sostuvo con la jovialidad y la gracia propias de su juventud. No hacía mucho que se hallaba en el baño, cuando la superiora, que atravesaba el corredor en el cual estaban los cuartos de baño, creyó oír gritos y gemidos ahogados cada vez más apagados.

Atravesaba por una de esas situaciones en que el individuo más manso siente violentos deseos de estrangular a alguien y de romper cualquier cosa. Los nervios que no se pueden calmar con lágrimas, tienen que estallar de cualquier modo y a mi me dio con mis hombrecillos de terracota cuyas muecas y sonrisas me parecieron de pronto odiosas y ridículas.

Entonces Lázaro forzaba el trote de su cabalgadura, y llegando a la plaza del lugar, lo atravesaba rápidamente, sin reparar en las mujeres puercas y los chicuelos harapientos que le miraban, curiosos y asombrados, desde las ventanas y los umbrales de las puertas.

En aquel momento, Wittmann, que se hallaba de pie cerca de la ventana, comenzó a decir: Aquí llega el gobernador, que viene a inspeccionar las talas que se hacen alrededor del pueblo. En efecto; el comandante Juan Pedro Meunier, llevando un gran sombrero de picos y la faja tricolor a la cintura, atravesaba la plaza. ¡Ah! dijo el sargento , voy a pedirle que firme la hoja de ruta.

La noche era espléndida; sobre un cielo sereno se extendía el vapor majestuoso de la vía láctea, semejante a una gran veta de ópalo sobre una bóveda de zafiro. La luna, ya en sus últimos días, atravesaba el espacio como una galera antigua; la fresca y tibia brisa del mar llevaba en sus ráfagas unas cuantas nubes blancas. El alma del mundo inundaba el espacio.