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Actualizado: 22 de junio de 2025


La camisa de lienzo labrado dibujaba su ancho pecho; el calzón se ajustaba a maravilla a sus bien proporcionadas caderas; pendiente del cuello llevaba un ancho escapulario de raso bordado de lentejuelas y sedas de colores. Debajo de la montera, un pañuelo de fular azul, atado como lo hacen los paisanos, le encubría el pelo.

El también fascina, él también lleva en sus ojos aquel vértigo que confunde y anonada; él generalmente mira hacia abajo para ver al público; puede mover sus brazos y su cabeza cuando el público está como atado de pies y manos, inmóvil y viviendo sólo de atención. Aquella noche fatal, Lázaro y el público no se fascinaron mutuamente, no se impusieron el uno al otro, no se comunicaron.

Y luego, tan presto se da con el obrero sucio y fatigado, sudando y riendo, alegre, alborotador y pendenciero, que tira de una carreta ó dirige las mulas de un carro de mercancías, como se encuentra un enjambre de grisetas advenedizas, corredoras de aventuras que vienen del interior á buscar el rico botin de la corrupcion en los grandes puertos; ó se tropieza con grupos de vivanderas que hacen una infernal algazara, mujeres flacas, morenas, de ojos ardientes, de cara angulosa y líneas fuertemente pronunciadas; vestidas con enaguas ó trajes de colores vivos, pañolones rojos ó amarillos, un pañuelo atado á la cabeza, en forma de turbante ó suelto por detras, medias de algodon y alpargatas ó viejos zapatos de cuero tosco, y llevando cada una un enorme cesto de frutas ó legumbres, ó una carreta de mano, para ofrecer el artículo con gritos incesantes y chillidos agudos que penetran el cerebro.

Entonces, de repente, entre la espesa bruma de temores y perplejidades que envolvía la mente de Jacobo como una cerrazón del océano, paralizando su natural audacia, brotó un punto luminoso... El tío Frasquito era rico, influyente, tenía entrada en todas partes, y aquella ridícula aventura le ponía en su poder atado de pies y manos, dadas las femeniles manías del presumido viejo.

Pensaba tan sólo que con un coleto de ante, un morrión y un acero toledano, escogiendo a su guisa las comarcas, hubiera hecho mucho más en bien de la Santa Fe Católica que dejando correr sus días atado con cordeles de calumnia y de estulticia a una poltrona canonjil.

En cierto modo, yo puedo aliviarme del peso que me fatiga, sacándole fuera de mi alma, encadenándole en la palabra escrita, aunque nadie la lea. La palabra es don divino, y posee, entre mil otras virtudes, una admirable energía consoladora. Lo que se fija y encierra en letras, queda allí como preso y atado, y no lastima y destroza tanto el corazón como lo que persiste en él inefable e informe.

No se sabe si durante su primer viaje a Italia, por los mismos meses que La fragua de Vulcano y La túnica de José, o lo que es más probable, ya de regreso pintó Velázquez el Cristo atado a la columna que figura en la Galería Nacional de Londres.

Pregunta á tu hija, que sin ser una santa, es y lo será siempre una mujer honrada, á pesar de ser querida de Quevedo, lo que son tales encuentros: ¡bah!, Lerma, te estremeces porque estás en la misma situación que un hombre atado por cada uno de sus remos á cuatro caballos.

Ved si es bien contrario el zelo De las dos en esta guerra; La una del suelo afierra, La otra se ase del cielo, Y aunque corra tal fortuna Que asombre el cuerpo y el alma, Como si estuviese en calma, No hay desasirse ninguna. Sin yerro al hierro ligado El siervo de Dios se hallaba, Y en el cuerpo atado, andaba Espiritu desatado.

La madre estaba sentada al pie del farol, en el pedestal de la columna de hierro; un pañuelo muy sucio en forma de látigo, atado con un soberbio nudo por el medio, era el zurriago que representaba allí el poder coercitivo. La niña haraposa empuñaba el lienzo por un extremo y el otro iba pasando de mano en mano por el corro de chiquillos. ¡Na!... decía la madre.

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