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Actualizado: 27 de noviembre de 2025
Especie de Evangelio popular, que conteniendo todos los principios del decálogo democrático, encierra en sí el ideal de todos los tiempos unido á las aspiraciones generosas de la época moderna, sus páginas han sido por mucho tiempo el encanto del jóven, el alimento del libre pensador y el consuelo del aflijido, á la vez que han impregnado con el perfume de una poesía austera el corazon de los hombres capaces de apasionarse por todo lo que es bello y bueno.
Aspira a todo, y para satisfacer sus aspiraciones cuenta con varias potencias. Cuenta con Mefistófeles, esto es, con el espíritu de astucia y de conducta para la vida, que ya le devolvió la juventud y que podrá aún darle riqueza, poder, fama y deleites materiales.
Las novelas, y una señora azafata de la reina que había estado a tomar baños en Sarrió, le habían sugerido aspiraciones fantásticas, un anhelo de vivir en aquella atmósfera brillante. La majestad de los príncipes la conmovía, la embargaba de sumisión, ¡ella que era incapaz de humillarse a nadie!
Cuando niños fueron sus juegos diferentes, cuando jóvenes distintas sus aspiraciones, y hechos hombres, antagónicos sus ideales, de modo que jamás hubo entre ellos concordia ni armonía.
Yo había buscado en el mundo sin encontrarle el amor tal cual yo le comprendía... le había buscado en vano y me había dicho: Nuestro amigo y nuestra amante son dos fantasmas soñados por nuestro deseo. Dios no puede haber dado a su hechura aspiraciones imposibles. Si no ha podido dárselas y las tiene no existe Dios. O Dios es el acaso.
Por grandes que sean las condiciones intelectuales o la habilidad técnica de un hombre, ninguno puede erigirse conscientemente en reformador, porque no es dado a un individuo sobreponerse a lo presente, mucho menos en manifestaciones tan personales y libres como las artísticas; y en este sentido no fue revolucionario: pero la posteridad adjudica a cada uno el lugar que le corresponde en vista del alcance de sus obras: y como en las de Velázquez están contenidas y realizadas gran parte de las aspiraciones de la pintura de nuestros días, de aquí que se le considere como precursor de este modernismo, en el más alto sentido de la palabra, que a vueltas de errores y exageraciones busca con ansia la verdad.
En ellos ponderaba yo mi hastío de cuanto me rodea y el anhelo vehemente, que consume mi alma, de hallar objeto, escondido y lejano, que satisfaga mis aspiraciones amorosas, las comprenda y las comparta. Tu retrato y tu escrito han colmado mis votos. Tú eres la mujer de mis sueños.
Nadie pondrá en duda nuestro amor ardiente; nadie se dirá: Diana es una joven prudente; no tiene ninguno de los gustos, ninguna de las aspiraciones de su primo; pero, como los pretendientes no abundan, no quiere quedarse para vestir imágenes. La vida de familia la abruma; desea llevar una vida más mundana; entonces ¿por qué no echarle el anzuelo al primo?
La moral no consistía, como la proclamaba el cristianismo, en achicarse, en recogerse en sí mismo, en amputar los naturales instintos, en hacerse pequeño para pasar por el camino estrecho de la gloria celeste, sino en aceptar la vida tal como es, en amarla en toda su plenitud. La vida espiritual no era el egoísmo de un individuo, sino la comunión con las aspiraciones colectivas de la humanidad.
¡A nada!... A la noche volví y hablé con don Casiano largamente; le expuse con toda franqueza mis aspiraciones y hasta lo que tengo y lo que tendré con el tiempo en punto a recursos: llegué a decirle que liquidaría todo y me vendría a establecer aquí; el buen viejo me trató con toda consideración; pero diciéndome invariablemente: «Vea, señor, lo que ella resuelva, estará bien... ¿qué quiere que yo me ponga a contrariarla?... háblele usted, no más... y si es por visitarla, puede venir cuando quiera». Así lo hice; el martes, casi pasé el día allí; comí con ellos, tocamos el piano, conversamos largamente; volví ayer... hemos estado horas y horas solos; pero la última palabra de la Pampita al despedirme fue la primera: «Me debo a mi padre y no lo abandonaré en sus últimos años». «¿Me permite usted que la frecuente?» le dije teniéndole la mano tomada. «Siempre me será grata su visita», me contestó, y cuando salí por la tranquera para venirme, la vi en el corredor; la saludé con el sombrero y ella me contestó con la mano.
Palabra del Dia
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