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Habitábala un labrador, y de ello eran evidentes señales los montones de estiércol, la carreta y los aperos que se veían en la corralada y en el soportal, y el heno que asomaba por los agujeros de una de las desvencijadas puertas de la solana, entre los elegantes cercos de sillería.

Al aproximarse, notando Benina que alguien se asomaba a una reja del piso bajo, hizo propósito de preguntar: era un burro blanco, de orejas desmedidas, las cuales enfiló hacia afuera cuando ella se puso al habla.

Yo, sin atender a las exhortaciones del clérigo que iba a mi lado, asomaba la cabeza por la ventanilla explorando con los ojos la calle, las puertas y los balcones de las casas. Nada, ni un ser humano parecía. Allá en las afueras de la población, distinguí dos niños que corrían sofocados hacia la puerta de una casa, desde la cual su madre les llamaba a gritos.

, conservaba de todos un recuerdo tierno y agradecido y para todos aquellos amigos de su infancia era la sonrisa de la cara varonil que se asomaba a la misma ventana en que, veinte años antes, una graciosa fisonomía femenina sonreía al Porvenir, como él al Pasado.

Pidió una silla. Se sentó al lado del enfermo y por primera vez vio lo que tenía delante; un rostro pálido, avellanado, todo huesos y pellejo que parecía pergamino claro. Los ojos de Guimarán tenían una humedad reluciente, estaban muy abiertos, miraban a los abismos de ideas en que se perdía aquel cerebro enfermo, y parecían dos ventanas a que se asomaba el asombro mudo.

Todo dormía a bordo de El Gavilán; únicamente Melia había subido al puente, agitada por una vaga inquietud. Aunque la noche fuese aún sombría, un resplandor pálido que asomaba por el horizonte, anunciaba la proximidad del crepúsculo.

Abríanse las puertas, arrojando la fétida atmósfera de la noche, y las escobas arañaban las aceras, lanzando nubecillas de polvo en los rayos oblicuos de aquel sol rojo, que asomaba al extremo de las calles como por una brecha.

No importaba.... Dio algunos paseos por la plaza, desierta a tales horas.... Nadie; no se asomaba ni un gato. «Una vez allí ¿por qué no continuar el cerco romántico?». Se reía de mismo. ¡Cuántos años tenía que remontar en la historia de sus amores para encontrar paseos de aquella índole!

Y al mismo tiempo versos improvisaba, de los cuales el sujeto era ¿ni cómo podía ser otro? aquella adorada hermosa; y tal vez por un enternecimiento de amor expresado en un concepto poético que en su imaginación nacía y moría, asomaba una lágrima a sus ojos, que de bravos se tornaban en enamorados.

El dinero quedaba a su espalda, sin recibo, sin garantía alguna, resguardado por el espíritu de confianza inquebrantable que circuía la respetable personalidad del banquero caritativo. Al salir los tres, asomaba un nuevo cliente, un hombre de chaqueta y gorra, industrial, que había abandonado un instante su taller para alcanzar una palabra del ídolo.