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Actualizado: 17 de junio de 2025


Nadie se asomó a la puerta como otras veces. Seguramente le habían visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina. El perro saltó tras él largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar el camino de la montaña.

La condesa venía á verle todos los días, conversaba con él, le traía golosinas, le mimaba... pero ya no arreglaba la ropa. Su tristeza era visible para todos, que procuraban animarle, menos para ella. Una tarde, sin embargo, cuando estaba ya casi sano, la condesa asomó, como de costumbre, la cabeza y le preguntó si no se decidía á dar una vuelta por la huerta.

Era muy gruesa y además bastante sólida. ¡También ha desaparecido la de proa! gritó Cornelio, que había subido también al castillo. Van-Stael se asomó a la proa y vió que, en efecto, estaba también rota la cadena de la segunda ancla. Sólo había un pedazo de ella pendiente del escobén. El último anillo parecía haber sido roto a hachazos.

Amigos tengo, dixo en fin, y los conservaré, porque nunca les haré mal tercio; no se enfadarán jamas conmigo, ni yo con ellos: tampoco en esto se ofrece dificultad. Formado así su planecico de moderacion dando paseos por su quarto, se asomó Memnon á la ventana, y vió dos señoras que iban por unas calles de plátanos, que inmediatas á su casa habia.

De esta suerte se atormentaba D. Fadrique en afanoso soliloquio, en que volvía cien y cien veces á repetirse lo mismo. El que no viniese el P. Jacinto á hablar con él inspiraba al Comendador la mayor inquietud. Varias veces se asomó al balcón de su cuarto, que daba á la calle, á ver si le veía salir de casa de Doña Blanca.

Al amanecer se le fijó un agudo dolor en el costado izquierdo que le obligó á llamar al médico. Á las diez de la mañana estaba declarada la pulmonía, y el médico de la villa le daba un fuerte lancetazo y le extraía buena porción de sangre. La condesa, á las doce del mismo día, asomó su carita graciosa y sonrosada por la puerta del cuarto y preguntó con interés: ¿Qué es eso, Pedro, qué te pasa?

Era ofenderle el suponer que si aquella especie de Barragán tuviera asomo de fundamento no le ofendería gravemente y no se arrojaría inmediatamente a poner remedio. Esta última observación impresionó un poco a Clara, si no la tranquilizó por completo. Tristán se levantó de la mesa, encendió un cigarro puro, jugó un momento con el niño y salió a la calle en la misma actitud que todas las noches.

Habrá que ir más despacio dijo Martín. Efectivamente, comenzaron a marchar más despacio, pero al cabo de un cuarto de hora se oyó a lo lejos como un galope de caballos. Martín se asomó a la ventana; indudablemente los perseguían. El ruido de las herraduras se iba acercando por momentos. ¡Alto! ¡Alto! se oyó gritar. Bautista azotó los caballos y el coche tomó una una carrera vertiginosa.

Después se asomó al balcón, y vio cómo pusieron la caja en el carro, y cómo se puso en marcha este sin más acompañamiento que el de un triste simón en que iban Juan Antonio y dos vecinos. Se vio tan vivamente acometida de ganas de llorar, que no recordaba haber llorado nunca tanto, en tan poco tiempo.

La mestiza era demasiado bien criada para abrir una puerta sin permiso; pero antes de solicitarlo, creía oportuno siempre mirar un poco por el ojo de la cerradura. Cuando asomó al fin la cabeza entre las dos hojas de madera, dijo bajando sus ojos maliciosos: Mi antiguo patrón don Pirovani quiere ver á la señora. Parece que trae prisa.

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