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Actualizado: 6 de julio de 2025


Si ella corría como una gacela, yo volaba como un pájaro para cogerla más pronto, asiéndola por la parte de su cuerpo que encontraba más a mano.

Y ¿es este el pago que merecen las buenas obras que a tu madre hice y de las que te pensaba hacer a ti?" Yo, que me vi en peligro de perder la vida entre las uñas de aquella fiera arpía, sacudíme, y asiéndola la zamarreé y arrastré por todo el patio; y ella daba voces, que la librasen de los dientes de aquel maligno espíritu.

Conocía Cervantes que a poco que él hiciese, doña Guiomar no llamaría a su doncella; antes bien dejaría con mucha voluntad venir el día, entretenida con él en blanda y amorosa plática; no lo hizo, empero, porque para primera vista ya había alcanzado más favores que los que él se había atrevido a desear; que tal era la grandeza del enamoramiento en que por aquella hermosísima señora suya se encontraba, que a sueño y fingimiento de su deseo tenía el encontrarse a solas con ella y a sus pies, y asiéndola las manos, y gozando de la luz de sus ojos, que no encubrían el contento del alma, y encantado con la dulzura de su voz, que de ángel, más que de mujer le parecía.

Multiplicaría, tal vez, su caudal en proporciones fantásticas. Viose ya subyugando el capricho de la fortuna y asiéndola del pescuezo como a una mujer que se resiste. Llenaría su cofre y sería poderoso por algunos meses. Era todo lo que deseaba. Se creería en la ciudad que había logrado restaurar su patrimonio, y don Alonso volvería a abrirle los brazos.

Con el rostro oculto y sacudida, por los sollozos, pronunciaba palabras incomprensibles; mientras su hijo repetía, asiéndola de los hombros: ¡Alzaos, madre; alzaos! ¿Qué os pasa? ¿Qué os hace llorar? Ella levantó por fin su empapado rostro, y después de un instante: Una gran desdicha respondió, la más grande, la más cruel que podía acaecerme: ¡tu olvido de Dios, Ramiro; tu perdición!

La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y, asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo: ¡Ah cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo! ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa?

Pero su adversaria, no bien llegó la saliva al suelo, rugiendo como una pantera, saltó sobre la retadora, y asiéndola con todas sus fuerzas por el pelo, la hizo tocar el polvo con las narices; en seguida, de otro tirón la metió la cabeza entre sus piernas; oprimiósela á su gusto; y tendido el cuerpo, sobre las espaldas de su víctima, alargó la mano izquierda hasta cogerle las sayas por la altura de las pantorrillas; enarboló la diestra, trémula y amenazante...; y á no acudir la viuda á detenerla, hubiera castigado delante de la reunión á su enemiga, con la ofensa más terrible que se puede hacer á estas mujeres: con una azotina á telón corrido.

Palabra del Dia

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