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Pablito, que no la había tropezado todavía en la calle, se animó con los consejos de Piscis a ir a San Antonio. Montaron, pues, a caballo temprano, y se lanzaron por la anchurosa y empolvada carretera de Lancia sombreada un buen trecho a la salida de la villa, por grandes olmos. La vía era ascendente, aunque sin gran declive.

Debía conservar el lastre, bien que procurase seguir aumentando la energía ascendente; debía esforzarse, costase lo que costase, en no ir olvidando el idioma vulgar, a fin de usar de él con su hija y con alguna otra persona de su afecto, si fuese menester. Pero ¿cómo evitaría olvidarlo, si estaba a solas casi siempre?

Allí tomamos un tren del ferrocarril que conduce á San-Gall, y una hora despues llegábamos á la bellísima capital del Canton, al traves de risueños paisajes, huertos y jardines, por en medio de los cuales gira el ferrocarril en plano inclinado y ascendente, hasta cortar la ciudad misma bajo la sombra de graciosos collados y hermosas y alegres arboledas.

"Si se nos preguntase cuál es la fe que anima actualmente no sólo al liberalismo político en todo el mundo civilizado, sino también a las masas de hombres y mujeres que no pueden decir a qué escuela pertenecen, la respuesta sería que lo que guía, inspira y sostiene a la democracia moderna, es la convicción del progreso ascendente en los destinos de la humanidad, dice John Morley.

El camino ascendente hasta Agua Larga es encantador; mi alazán marchaba noblemente, trepando con la seguridad de la mula, pero sin su andar infernal. Serían las cuatro de la tarde cuando llegué a Agua Larga, punto de donde parte una excelente calzada hasta la sabana, transitable aún para carruajes.

En la mirada inquieta con que seguía la marcha, siempre ascendente, del oro en la pizarra, los conciliábulos que celebraba y el aire de contrariedad que no sabía disfrazar, denunciaba claramente que la cosa no marchaba a su gusto, como él decía.

Su estilo, su lenguaje, sin necesidad del testimonio de las hermanas, a los ojos desapasionados de la crítica más fría, es un milagro perpetuo y ascendente. Es un milagro que crece y llega a su colmo en su último libro; en la más perfecta de sus obras: en El Castillo interior o las Moradas.

Importa declarar, en honor de doña Beatriz, que al trazar en su imaginación el proceso ascendente de uno y otro plan de ventura, ora valiéndose de don Braulio, ora de Inesita, jamás se le ocurría poner en la composición de su cuadro el menor toque pecaminoso. Nada de fullerías. Doña Beatriz quería jugar limpio.