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No supo con certeza qué personas le hablaron en los entreactos ni qué manos estrechó. Tuvo que hacer un esfuerzo repetidas veces para acordarse del título y del autor de la ópera. Lo mismo le daba esta música que otra. Era un arrullo que mecía sus pensamientos, calmando su emoción: una emoción compuesta de miedo y de esperanza.

Pero yo te hablo en tu lengua, ¡oh Hispania! porque es su són como música de fuente, como arrullo encantador, y como beso de vírgenes en primaveras de amor. Un labio lejano me ha dicho que tienes cerrada tu puerta... Si es cierto, reforma el capricho: ¡tu puerta ha de estar siempre abierta!

En otro tiempo lejano, muy lejano, esas mismas notas, suaves como el arrullo de la tórtola y prolongadas como el rumor del río, habían pasado muchas veces por la garganta de una niña cándida y alegre á quien todos besaban y llamaban de , trasformada después en ilustre dama. Cuando el canto hubo cesado, se levantó y empezó á caminar hacia el sitio de donde saliera.

Contra semejante conato se levanta airado nuestro corazon. No reconocemos ese dominio, no admitimos esa tutela, no concedemos esa supremacía, por más que la organizacion exterior de las cosas nos deslumbre; por más que la cara postiza de que todos los hechos se revisten aquí, haga que confundamos el inocente arrullo de la tórtola con el canto agorero de la corneja.

Lo último que oyó fue un trozo descriptivo en que la orquesta hacía un rumor semejante al de las trompetillas con que los mosquitos divierten al hombre en las noches de verano. Al arrullo de esta música, cayó la dama en sueño profundísimo, uno de esos sueños intensos y breves en que el cerebro finge la realidad como un relieve y un histrionismo admirables.

Tóbler un precioso álbum de costumbres filipinas, que más tarde mandó litografiar á Alemania, formando un curiosísimo tomo, del cual conservo un ejemplar que me regaló. Ya era bien entrada la noche, cuando dejamos la conversación, yendo en busca del lecho, en el que no tardé en quedarme dormido al arrullo de un riachuelo que corre cerca de la casa. Horizontes intertropicales.

Buscó el olor del incienso, los resplandores del altar y de las casullas, el aleteo de la oración común, el susurro del ora pro nobis de las masas católicas, la fuerza misteriosa de la oración colectiva, la parsimonia sistemática del ceremonial, la gravedad del sacerdote en funciones, la misteriosa vaguedad del cántico sagrado que, bajando del coro nada más, parece descender de las nubes; las melodías del órgano que hacían recordar en un solo momento todas las emociones dulces y calientes de la piedad antigua, de la fe inmaculada, mezcla de arrullo maternal y de esperanza mística.

La desesperante extensión de una mitad del planeta va a interponerse entre nosotros... ¡Ay! ¡quién me devolverá tus ojos amados de reflejos de oro, tus brazos suaves de blancura de hostia, tu voz ceceante de infantil arrullo, tu boca de lacre, tu pecho neumático, cojín de ensueños y de olvido!...

Le arrulló para que se durmiera, y ella se durmió también. Levantose temprano porque tenía que trabajar. Después de las nueve, cuando entró en la alcoba a ver si a su marido se le ofrecía alguna cosa, este se estaba vistiendo, y en una disposición de ánimo muy distinta de la que tuviera la noche anterior.

Ese carácter tan lleno de alegría y de franqueza, ese corazón de mujer joven que se abría con tan buena fe, esos límpidos ojos que sonreían tan confiados, esa íntima conversación en medio de unos jardines llenos de flores, con el acompañamiento del cantar de los pájaros y el arrullo de las palomas, todo junto iba desvaneciendo los sentidos del inspector general como podía haber hecho un vino dulce y generoso, vino que, cuando se ha llegado a los cincuenta, se sube con tanta mayor facilidad a la cabeza por cuanto no se está ya acostumbrado.