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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Al fin, el tesón desmaya de su brava resistencia y las enemigas turbas guarecense en la floresta, de mortal pavor transidas, arrastradas y dispersas, como al rugir de los vientos las pálidas hojas muertas, cumpliéndose la de Hernando a Amábar brava promesa.
Entonces las jóvenes del verdadero y genuino temperamento aristocrático se comunicaban, no sé en qué forma, sus impresiones dolorosas, y una tarde, cuando menos se pensaba, enderezaban el paso, arrastradas por altos sentimientos, al camino abandonado, donde permanecían hasta que de nuevo se veían molestadas y tornaban a ejecutar graciosamente la idéntica maniobra.
Aquellos salones deslumbrantes de luz, saturados de perfumes, henchidos de bellezas cargadas de lujo y de pasiones; el incesante crujir de las telas; el ondular de las colas, arrastradas sobre los aterciopelados tapices; el rumor de las conversaciones, el centelleo de las joyas, los suaves acordes de la invisible orquesta, y el flujo y reflujo de la muchedumbre, verdadero mar de colores y sonidos derramado por aquellos ámbitos esplendentes, ora en impetuoso torbellino agitado por los huracanes de la danza, ora en sosegado vaivén durante los intermedios; toda aquella magnificencia, en suma, toda aquella pomposidad babilónica, ejercía sobre el espíritu cierta impresión de borrachera, que disculpaba, en lo humano, el éxtasis en que el marqués admiraba el espectáculo, la pasión con que la marquesa hacía los honores de él, y la voluptuosidad con que la hija se dejaba mecer sobre el oleaje de aquella tempestad de deleites.
Según nos enseñan los sondeos geológicos, la tierra vegetal y el subsuelo son capas de aluvión sucesivamente depositadas de siglo en siglo y arrastradas desde las estribaciones de las rocas.
Lo que habían padecido aquellas pobres figuras en los últimos días, arrastradas de aquí para allí, puestas en esta ó en la otra forma, sólo Dios, la mamá y el purísimo espíritu que había volado al cielo lo sabían.
El impulso interior de la montaña que trabaja, hace vibrar incesantemente á las piedras en toda la pared; guijarros medio arrancados se separan primeramente y ruedan saltando á lo largo de las pendientes; masas de mayor peso, arrastradas á su vez, siguen á las piedras, dibujando como ellas poderosas curvas en los espacios; después les toca á lienzos enteros de roca; todo lo que debe derrumbarse rompe los lazos que lo unían al sistema interior de la montaña, y de pronto espantoso granizo de peñascos cae sobre la llanura estremecida.
Un sacerdote vadeaba á caballo su desembocadura para llevar el Viático á un moribundo, cuando tropezó la bestia, y abriéndose el copón cayeron las hostias, siendo arrastradas por la corriente.
Las olas, amontonadas en torbellinos, pasaban silbando; las piedras del cauce, empujadas por las aguas, cambiaban lentamente de puesto como monstruos despertados de su sueño y chocaban entre sí produciendo un sordo ruido; árboles arrancados de raíz, se levantaban fuera del agua y se sumergían pesadamente rompiéndose las ramas contra las piedras arrastradas; las orillas temblaban sin cesar por los choques de los enormes proyectiles que el agua furiosa lanzaba contra ellas.
Las luces, el humo del tabaco, el aliento de los centenares de personas allí reunidas, formaban una atmósfera espesa donde sólo respiraban bien los seres adaptados a ella desde largo tiempo. El violín exhalaba sus notas arrastradas, lamentables, quejándose siempre de un dolor tan amargo como misterioso.
En una época no conocida, mucho antes que fueran redactados por el notario del país los primeros documentos de propiedad, uno de los asientos de las rocas que forman el valle subterráneo se hundía en el lecho del arroyo; luego, las tierras, faltas de base, fueron gradualmente arrastradas hacia el llano; poco á poco el gran agujero se fué abriendo, y las aguas, corriendo por sus declives, le dieron la forma de un embudo casi regular.
Palabra del Dia
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