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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Wolsey lo recibe rodeado de muchos soldados miserables y estropeados, que le presentan memoriales; recházalos á todos, quedándose solo con la nueva reina Ana, y le suplica entonces que lo apoye en su pretensión de ocupar la presidencia del Gobierno, pero ha confiado ya este cargo á su padre sin saberlo el Cardenal.
Descanse usted dijo con dulcísima voz Artegui, hablando blandamente, como se habla a los niños . Apoye usted la cabeza en el almohadón... ¿Quiere usted té..., alguna cosa? ¿Se siente usted mejor? No, descansar, descansar. Así... así... Lucía cerró los ojos, y recostándose en el diván, calló. Artegui la miraba ansioso, dilatadas las pupilas, y estremecido aún de sorpresa y de asombro.
Me apoyé en la pared de modo que era posible verme desde dentro por la rendija de la puerta. De pronto oí cerca de mí una exclamación comprimida y esta palabra dicha en francés y en voz baja: "¡Cuidado!" y en seguida mi nombre "¡Tragomer!" En el momento se cerró la puerta y todo quedó en silencio.
Me apoyé en la baranda y reí viendo la agitación efímera de aquella humanidad subalterna que se consideraba libre y fuerte, mientras allá arriba, en la habitación de un cuarto piso, yo tenía en la mano, en un sobre lacrado, el principio de su flaqueza y de su esclavitud.
Apoyé la cabeza sobre una de aquellas vetustas piedras y me eché a llorar. ¡Ah! pensaba, cuánta razón tenía mi cura, al decirme, hace mucho tiempo, mucho, que no se discute con la vida, sino que se le sufre! Toda mi lógica no vale nada ante las circunstancias. ¡Qué triste es, Dios mío, qué triste es verse tratada como una chiquilina sin importancia!
Había cometido la primer infamia; y como en esos casos, sentí el vértigo de enlodarme más aún. ¡Es claro! apoyé brutalmente porque de mí no has tenido queja...¿no? Es decir: te hice el honor de ser tu amante, y debes estarme agradecida. Comprendió más mi sonrisa que las palabras, y salí a buscar mi sombrero en el corredor, mientras que con un ¡ah!, su cuerpo y su alma se desplomaban en la sala.
El timbre de que se sirve habitualmente la señora de Laroque para llamar á sus criados se hallaba á mi alcance sobre la mesa: apoyé el dedo en él. Un criado entró casi al momento. Creo le dije, que la señorita Margarita tiene órdenes que darle. A estas palabras que había escuchado con una especie de estupor, la joven hizo violentamente con la cabeza un signo negativo y despidió al criado.
Apoyé la frente en los vidrios para refrescarla, siguiendo maquinalmente el movimiento de las hojas muertas que el viento levantaba y hacía revolotear hasta la ventana. Comenzaba ya a obscurecer, cuando oí de repente afuera, en el corredor, una voz de mujer que se lamentaba y daba gritos tan violentos, que la enferma, dormida, se estremeció dolorosamente. La cólera me subió a la cara.
Palabra del Dia
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