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Actualizado: 10 de junio de 2025


El busilis, pues, y el toque magistral de cualquier obra de amena literatura no está en seguir la moda, sino en dar la moda o más bien en ponerse tan por cima de la moda y tan por cima de progresos y de mudanzas, que toda moda nueva se apoye y se autorice en aquella obra presentándola como dechado y tratando de convencer al público de la excelencia de lo nuevo, no por su discrepancia, sino por su semejanza con aquel modelo inmortal.

No falta sugeto á quien se le debe hacer la justicia de confesarle instruccion y talento superior, que apoye y sostenga la misma imposibilidad, y me aseguran lo ha hecho manifiesto en un papel que entregó al superior Gobierno; el que por mas diligencias no he podido obtener.

Me sentí presa de una compasión infinita; tenía ganas de tomarle las manos y decirle: Tén confianza en , soy fuerte; déjame participar de tu dolor. Cuando alzó los ojos, tuve miedo de que hubiera notado mi mirada; me puse rápidamente de rodillas delante de la cuna y apoyé mis labios en el tierno rostro del niño que se estremeció a mi contacto, como si hubiera experimentado un dolor.

Apoyé la mano en la cerradura: estaba puesta la llave. Me alejé, volví, torné a alejarme. El corazón me latía hasta romperse, estaba como embrutecido y temblaba de pies a cabeza. Vagué por el corredor en completa oscuridad; luego me quedé como clavado en un sitio sin ninguna idea de lo que iba a hacer.

¿Quién está ahí? gritó una voz, cuyo timbre grave y poderoso había creído oír a menudo, en mis desvelos como en mis sueños. Una sombra apareció en el umbral: era él. Nubes rojas flotaron delante de mis ojos. Me pareció que mis pies habían echado raíces en el suelo. Respiraba con dificultad y me apoyé en el pilar de la escalera.

Dejé caer mi volante y me apoyé en un sillón, mientras Carlos recogía los pedazos del jarrón, como si hubiese tenido el poder de volverlo a su primitivo estado. De pronto, oímos en la pieza inmediata la terrible voz de mi tío, que llegaba a mis oídos como la trompeta del juicio final... No obstante, tuve el valor suficiente para precipitarme hacia una puerta lateral.

Pero, en el mismo instante, resbalé y caí en un hoyo obscuro, tan profundo como para sepultar a un hombre, arrastrando conmigo algunas piedras que se desprendieron y rodaron. ¡Por el amor de Dios, no te muevas! De lo contrario caerás todavía más abajo. Medio aturdida, me apoyé en las paredes del foso.

Y llamaron a Sansón de la cárcel, y sirvió de diversión delante de ellos; y lo pusieron entre las columnas. 26 Y Sansón dijo al joven que le guiaba de la mano: Acércame, y hazme tentar las columnas sobre que se sustenta la casa, para que me apoye sobre ellas.

»¡Me gusta tanto tomar su brazo cuando salimos! Pero, naturalmente, mucho mejor es cuando él torna el mío. Entonces me siento casi orgullosa de que mi papacito, un hombre tan fuerte y grande, se apoye en ; me parece que le sirvo de algo; pero después me entra un terrible miedo de no servir en realidad para nada... »Es necesario que yo diga a papá una cosa que noto desde hace días.

Resuelto a no moverme porque tuviera que hacerlo toda la suerte, incliné la frente cargada como el cielo de nubes frías, apoyé los codos en mi mesa, y parecí tal, que cualquiera me hubiese reconocido por escritor público en tiempo de libertad de imprenta, o me hubiese tenido por miliciano nacional citado para un ejercicio.

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