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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Si es verdad dijo Salomé con desdén y cierta fatuidad: es preciso que usted se corrija. Esta casa, niña, impone al que la habita, deberes muy sagrados. Estas ideas del día añadió Paz, lo invaden todo, niña. No extraño que le haya alcanzado á usted su influencia pestilencial. Ya no hay religión: los hombres corren desenfrenados á su ruina; y si Dios no se apiada, se acabará el mundo.
Se sentía con fuerzas para sobrellevar los golpes... ¿Qué decía Laurier al verse cuidado y acariciado por Margarita?... Ignora quién soy... Me cree una enfermera igual á las otras, que se apiada de él viéndole solo y ciego, sin parientes que le escriban y le visiten... En ciertos momentos he llegado á sospechar si adivina la verdad.
Las sienes coronadas de espinas están sobriamente ensangrentadas; el tórax, vientre y piernas de impecable forma, crean una vertical que expresa serenidad absoluta; la tirantez del peso no desgarra las palmas taladradas por los clavos; los pies al caminar no se han manchado en las losas de Jerusalén ni en los pedregales del Calvario, ni los clavos han podido desbaratar su delicada estructura; el tormento no ha desfigurado un músculo; el dolor no ha alterado una línea; aquel cuerpo, por donde resbalan unas cuantas gotas de sangre, esmaltándolo con sutiles hilos de púrpura, sería verdaderamente apolino con pagana hermosura si la cabeza aureolada de vago resplandor celeste, caída como flor tronchada, no diese idea del sacrificio sobrehumano y misterioso: el martirio ha profanado la belleza sin poder afearla, y cubriendo la mitad del rostro cae un ancho mechón de la melena que ensombrece la faz cual si el artista esquivara por imposible representar el último suspiro de una agonía en que quien es inmortal muriendo dignifica la muerte: ante esta imagen el creyente se humilla y el incrédulo se apiada; es triunfo soberano del arte donde se confunden en emoción intensa la poesía de la fe y el culto a la belleza.
Pues vengo de la bóveda de San Ginés, adonde voy todas las noches a mortificarme el cuerpo con disciplinazos, por ver si Dios se apiada de mí y me devuelve lo que me quitó, sin duda en castigo de mis grandes pecados.
Las costumbres, ya de suyo inocentes, se han mejorado; hemos fundado escuelas, que no había, para niños y para adultos; se ha introducido el cultivo de algunas artes mecánicas, y puedo asegurar a Vd., que sin la guerra que ha asolado toda la comarca, y que aun la amenaza por algún tiempo, si el cielo no se apiada de nosotros, mi humilde pueblecito llegará a disfrutar de un bienestar que antes se creía imposible.
Palabra del Dia
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