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De nuevo los enhiestos cocoteros, lisos en su tronco coronado por la diadema de apiñados frutos; el banano, cuyas ramas ceden al grave peso del racimo; el frondoso caracolí, cubriendo con su ramaje dilatado, el mundo anónimo que crece a sus pies, se ampara de él y duerme tranquilo a su sombra, como las humildes aldeas bajo la guarda del castillo feudal que clava la garra de sus cimientos en la roca y resiste inmutable al empujo de los hombres y al embate del huracán!

De uno y otro lado del Istmo hay una selva de mástiles; los buques, apiñados, se estrechan, se chocan; sus tripulaciones venidas de los cuatro ángulos del mundo, se miran con antagonismo en el primer momento, las cuchillas de a bordo relucen con frecuencia y por fin se amalgaman en la baja e inmunda vida colectiva.

Y todos, apiñados, ahogados, torturados por una tensión de nervios insoportable, volvíanse ansiosos, deseando ver saltar, por fin, la chispa salvadora, en la esperanza de que la bóveda se abriera y se desplomara la fábrica y se hundiera el mundo entero.

Viene de entre los vivos, sabe lo que ha pasado en el mundo, es la encarnación de esa esperanza de la llegada que en los últimos días se hace áspera y violenta... Estábamos todos apiñados en la escalera. El práctico saludó gravemente «¿Qué hay de nuevopreguntó alguno. «Garibaldi is died». Así tuve la primer noticia de la muerte del héroe de San Antonio.

Ante su vista, en el espacio inmenso que descubre su ardiente fantasía, ven, entre nubes de aromado incienso, los dioses que abortó la idolatría; de esclavos viles el rebaño denso sujetos a nefanda tiranía, y entre bosques de picas apiñados, los monarcas del mundo y potentados.

«¡Lástima que tantos y tantos millones de hombres como viven en las tinieblas de la idolatría, de la herejía, etc., no tuviesen el talento natural de los vetustenses apiñados en el crucero de la catedral, alrededor del público! La salvación del mundo sería un hecho».

Todo esto lo vimos, apiñados en el umbral detrás del conductor y del correo. ¡Hola! ¿Dónde está Magdalena? dijo Yuba-Bill, al misterioso solitario. Aquella figura no habló ni se movió. El cochero se acercó furiosamente a ella, dirigiendo sobre su rostro el ojo de la linterna que llevaba en la mano.

Unas se tapaban el escote aún sudoroso con el cachemir de cien colores; otras se envolvían entre las pieles del skunc, el zorro azul y la marta zibelina; esta contestando a un saludo, aquella buscando una mirada entre los apiñados rostros, todas parecían en aquel momento hermosas y felices, aunque muchas lo pareciesen sin serlo; todas llevaban algo que decir o habían dado algo que envidiar.

Buscando fresas y waldmeister, Poldy se había alejado del castillo y penetrado en la profundidad del bosque, harto más de lo que solía. Así vino a encontrarse en sitio muy solitario y agreste, donde, rota la espesura que los apiñados árboles formaban con su denso follaje, había una pequeña laguna.

Dos veces repitió estas mismas razones, y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero; pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa.