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Actualizado: 23 de julio de 2025


Cuando la ama de llaves entró con el café, encontró a su amo sentado como una mole inerte en un ángulo del sofá, con la frente cubierta de gruesas gotas de sudor y mirando fijamente con sus ojos apagados el papel que sus manos estrujaban todavía con un apretón casi convulsivo. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Señor doctor! exclamó la anciana dejando caer con estrépito la bandeja sobre la mesa.

Pero el príncipe se ocultó detrás de la primera fila de curiosos, agachando su cabeza, y los ojos de ella siguieron adelante en su visión circular, nuevamente apagados, creyendo sin duda en un error de la ilusión. Al quedar de pie Alicia, las gentes se la mostraban. Esta era la dama que acompañaba al oficial.

Guapa... que lo estaba; con sus cabellos de oro peinados por la doncella, y una capa de menjurgos de tocador que refrescaban, con llamativa juventud, su madurez de rubia carnosa. ¿Pero... elegante?... Llevaba un traje de seda clara, con los colores algo apagados y polvorientos; una pieza magnífica que había llegado á Bilbao desde un taller de la rue de la Paix cuatro años antes, cuando ella volvía ya la espalda á las vanidades del mundo.

En las mañanas apacibles de primavera y de otoño llegaban de la ciudad los sones apagados de las campanas y el ruido sordo de los coches; pero, en general, un silencio profundo reinaba en torno de la clínica, más profundo que en la aldea próxima, donde se oían los ladridos de los perros y los gritos de los niños. Allí no había ni perros ni niños. La casa estaba rodeada de un alto muro.

En un ángulo de la sala estaban agrupados los cuatro candelabros con sus cirios apagados, las mechas duras y achatadas sobre la cera, que había formado al derretirse una masa de coagulaciones semejantes a las labores góticas de una abadía; a un lado de ellos estaba la manta de pana negra, raída, con sus guardas galonadas.

La misión que le impusieron y él aceptó confiado en leales propósitos, llegó a parecerle tarea superior a sus fuerzas, y como el acero brillante puesto al fuego va oscureciéndose y empavonándose con tonos apagados, su ánimo juvenil y ardoroso fue sintiendo trasformarse los bríos en decaimiento y flojedad.

Esta otra habitación va mejor con mis gustos. Había entrado en el dormitorio de la señora Desnoyers, admirando su mueblaje Luis XV, de una autenticidad preciosa, con los oros apagados y los paisajes de sus tapicerías obscurecidos por el tiempo. Era una de las mejores compras de don Marcelo.

Tratábanle con cierta protección entre burlona y benévola; pero se abstenían, si no es muy embozadamente y con precauciones, de bromearle con su ex-querida, porque alguna vez que se propasaron, Manolito fué víctima de ataques de cólera muy semejantes a la locura. Tenía poco más de treinta años; estaba calvo, la tez y los labios marchitos, los ojos apagados.

Palabra del Dia

gallardísimo

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