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Actualizado: 4 de junio de 2025
Hasta que mi hija llegó a tener ocho años, como apenas exigía otro cuidado que el de su corporal desarrollo, cuidado harto leve porque mi hija se ha criado con excelente salud, ora pensando yo en distraerme, ora anhelando hacerme apta para contribuir a su educación, he leído muchísimo y casi sin sentir me he convertido en marisabidilla. Soy franca admiradora de la literatura francesa.
Indudablemente, don Paco había empezado a sentir hacia Juanita viva inclinación, que era difícil de dominar; pero se le pasó bastante tiempo sin dar muestra exterior de que la sentía, anhelando acaso ocultársela a sí mismo por razones que él se daba.
Deseosa entonces de lucirlas en su tertulia, alegre de ver que el entusiasmo de juez tan competente como el Conde recaía en sus casi paisanas, y anhelando que el Conde las conociera y tratara, buscó y halló, como hemos visto, a Beatriz y a Inés. El Conde mismo, en cuanto las vió, había ido a avisar que venían, por donde fué harto fácil a Rosita reconocerlas.
Anhelando salir del laberinto en que sus pensamientos se perdían, no encontraba la senda que su conciencia atormentada le sugería tomar para salir al gran camino donde evolucionaría lealmente. Mil escrúpulos la detenían; si hubiera estado cierta de que su novio deseaba una ruptura, no habría vacilado en retirar su palabra.
Nuestros viajeros reprimían su curiosidad y no querían explorar nada, anhelando sólo hallar el paso que buscaban. Se contentaron, pues, con tomar agua potable y llevarla en odres y en pipas al buque y con cazar multitud de palomas y de ánades silvestres y algunos a modo de ciervos que en grandes manadas vagaban por la espesura de aquellos bosques. El país era espléndido.
Otras mujeres están anhelando siempre inspirar pasiones; doña Luz huía de inspirarlas; y, aplicando un pronto desengaño, las mataba en todo corazón antes de que naciesen. ¿Para qué ser amada si no había de amar a quien la amase? En amor, lo mismo que en amistad, doña Luz deseaba dar el doble.
Las avanzadas francesas retrocedían y Dupont tomaba posiciones. ¿Qué hora es? nos preguntábamos unos a otros, anhelando que un rayo de sol alumbrase el terreno en que íbamos a combatir. No veíamos nada, a no ser vagas formas del suelo a lo lejos; y las manchas de olivos nos parecían gigantes, y las lomas de los cerros el perfil de un gigantesco convoy.
Palabra del Dia
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