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Actualizado: 14 de junio de 2025
Nuevos grupos de soldados entraban en el parque: unos con su sargento al frente, otros seguidos por un oficial que llevaba el revólver apoyado en el pecho, como si con él guiase á los hombres. Era la infantería expulsada de sus posiciones junto al río, que venía á reforzar la segunda línea de defensa. Las ametralladoras unían su tac-tac de telar en movimiento al chasquido de la fusilería.
Estos cañones, fusiles, ametralladoras y demás herramientas mortíferas, así como grandes montañas de proyectiles, están guardados en los vastos gabinetes históricos de las universidades, y únicamente nosotros los conocemos.
Los rebeldes al verse tan inesperadamente atacados, trataron de hacer resistencia al empuje de nuestros soldados; pero el teniente Ortega que mandaba el resto de la columna del capitán Perdomo, y que como decimos antes, se encontraba en un lugar conveniente, cuidando de la impedimenta y de las secciones de ametralladoras, dispuso que una de esas temibles máquinas fuese emplazada para proteger con su mortífero fuego el avance de las tropas.
Sus cañones del tamaño de casas, sus fusiles y ametralladoras, que lanzaban plomo con la misma rapidez que una máquina de coser da puntadas, podían suprimir instantáneamente las manifestaciones femeninas, por numerosas que fuesen. Además, la mujer, acobardada por tantos siglos de servidumbre, tenía miedo á los procedimientos de violencia.
Luego, con la imaginación, hizo descender á tierra la compañía de desembarco y sus ametralladoras, para llevarse cautivos á todos los que llenaban la plaza, hombres y mujeres, sin perdonar á los niños.
Por eso su cara, más que reflejo de lo mucho y excelente que había detrás de ella, era simplemente una losa puesta de intento allí para taparlo, con dos ametralladoras por ojos para defenderlo, y una boca que sólo se abría para dar el abasto de la metralla de los ojos. Y éstos eran negros y bien rasgados, y la boca muy bonita.
Si bien no le arredraba ningún peligro; si bien no le dolía tener que aventurar la piel, temía siempre dar un golpe en vago, hacer alguna cosa que pudiera ponerle en situación desairada y ridícula. De esto tenía más miedo, no ya que de una espada desnuda, sino que de quince ametralladoras que fuesen a dispararse contra él. Dada esta su natural condición, las dificultades no eran pequeñas.
Todos mostraban una confianza inquebrantable. «¡Los boches!... Muy numerosos, con grandes cañones, con muchas ametralladoras... pero no había mas que cargar á la bayoneta y huían como liebres.» La fe de los que iban al encuentro de la muerte contrastaba con el pánico y la duda de los que escapaban de París.
Pero una huelga seguida de incendios y saqueos fué sofocada inmediatamente por los soldados chilenos con abundante empleo de ametralladoras, lo que devolvió la prudencia á Rosalindo y á la mayoría de sus camaradas. Cuando llevaba ocho meses trabajando, experimentó una gran alegría al encontrarse con un hombre de su país que deseaba regresar á Salta.
Pero sucedió que un soldado, al cual una cigarrera clavó las uñas en la nuca, echó a correr, trajo de la garita el fusil y apuntó al grupo: al instante mismo un pánico indecible se apoderó de las más cercanas, y se oyeron gritos convulsivos, imprecaciones, súplicas desgarradoras, ayes de dolor que partían el alma, y las mujeres, en revuelto tropel, se precipitaron fuera del zaguán, y corrieron buscando la salida del patio, empujándose, cayendo, pisoteándose en su ciego terror, arracimadas como locas en la puerta, impidiéndose mutuamente salir, y chillando lo mismo que si todas las ametralladoras del mundo es tuviesen apuntadas y prontas a disparar contra ellas.
Palabra del Dia
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