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Si la princesa o reina Briolanja no hubiese hecho tantas locuras y dado tan desaforados ataques al corazón de Amadís, ¿cómo hubiera probado éste su fidelidad admirable a la señora Oriana ni cómo se hubiera hecho digno de llevar a cabo la aventura de la Insula firme, siendo espejo, norte y guía de leales amadores?

Otra cualidad, que descuella en las obras suyas de esta última clase, es el colorido exagerado de la galantería romántica, que en ellas domina y que da á conocer á Andalucía, su país natal, en donde, según dice Alarcón, duraron más largo tiempo las finezas galantes de Amadís de Gaula .

¿Ya no te he dicho -respondió don Quijote- que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura?

Hablo de esa nueva caballería andante, más ridícula y más absurda que la del mismo Amadís de Gaula; esa caballería en que no hay de real y positivo sino el trastorno y el escarnio de las virtudes más sagradas del hombre. Decia que un hijo aconseja á su padre que se debe matar. ¿Por qué?

Elena, huyendo de Menelao, que la quiere sacrificar, se refugia en el castillo de Fausto, quien la recibe como Amadís hubiera recibido a Briolanja o a otra princesa menesterosa, que viniese a que la socorriera en su cuita.

O la humanidad era más boba y simple en los pasados siglos que lo es en el día, o no hay tal superioridad en las novelas rusas y francesas de ahora. ¿Dónde está la novela de ahora, rusa o francesa, a la que pueda nadie prometer, no la perpetua juventud, no la vida inmortal que tiene el Quijote, sino la longevidad gloriosa y el favor popular de que gozó durante dos o tres siglos el Amadís de Gaula?

Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirá lo que del otro se dijo: que si no acabó grandes cosas, murió por acometellas; y si yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, bástame, como ya he dicho, estar ausente della.

Y, aunque poco ha dije que yo podía estar agraviado, agora digo que no, en ninguna manera, porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar; por las cuales razones yo no debo sentir, ni siento, las que aquel buen hombre me ha dicho; sólo quisiera que esperara algún poco, para darle a entender en el error en que está en pensar y decir que no ha habido, ni los hay, caballeros andantes en el mundo; que si lo tal oyera Amadís, o uno de los infinitos de su linaje, yo que no le fuera bien a su merced.

Guárdale, amigo, que por ahora no le he menester; que antes me tengo de quitar todas estas armas y quedar desnudo como cuando nací, si es que me da en voluntad de seguir en mi penitencia más a Roldán que a Amadís.

Pero ese muchacho, interrumpí, va a acabar por volverse loco, llevando semejante vida, parecida a la que hacía Amadís; es preciso sacarlo de ella. Indudablemente, contestó el cura, eso mismo he pensado yo y he puesto los medios para que termine.