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Actualizado: 28 de julio de 2025
Yo soy lo que se llama un proletario de levita. No es que yo tenga una levita. No es que yo sea un proletario. Ni los hombres que tienen levita son, en rigor, proletarios, ni los verdaderos proletarios tienen levita. Yo no tengo una levita ni soy un proletario, y, sin embargo, cuando veo que en un periódico conservador se habla de los proletarios de levita, no puedo dejar de darme por aludido.
En el Casino tuvo que picar algo en la conversación general, aludido de intento por Bermúdez; y más aún que en la conversación, en la golosina que irradiaban en aquel antro desabrido, los ojos y la silueta de la hechicera sevillana; porque Leto, al fin y al cabo, era mozo de buen gusto, y mujeres de aquel arte que le miraran a él con el interés bondadoso con que le miraba Nieves a menudo, no habían pasado ni pasarían jamás por Villavieja.
Pidiendo informes sobre el uso de aquel aparato, averigüé que era la mesa «perezosa» a quien había aludido mi tío en el comedor. Y ¿para qué la ponen ahora? preguntéle. Para cenar los criados en cuanto nosotros nos larguemos de aquí respondióme.
El monumento mas interesante allí, bajo el punto de vista histórico, es el Palacio de la ciudad, sumamente curioso por su vieja fachada de estilo gótico y su torre semicircular, que hizo parte del antiguo palacio imperial, y notable en el interior por los magníficos frescos de su gran salon, las antigüedades que contiene y los recuerdos que hace evocar respecto de los sucesos memorables á que he aludido.
No replicó Briones , yo lo prohibo. El teniente Ramírez quedará arrestado. Está bien dijo refunfuñando el aludido. Si estos señores quieren un poco de jaleo, cuando tomemos Laguardia pueden venir con nosotros advirtió el oficial. Martín creyó ver alguna ironía en las palabras del militar y replicó burlonamente: ¡Cuando tomen ustedes Laguardia! No, hombre. Eso no es nada para nosotros.
Tenía el rostro enjuto, extático, de infantil dulcedumbre, estrecho en la mandíbula, elevado y espacioso en la frente; los ojos negros, húmedos y llameantes: dos lenguas de fuego flotando en óleo. Era un hombre joven aún. Yo soy el aludido insistió Balmisa. ¿El adulado? preguntó Belarmino, esforzándose en descender hasta la realidad externa. El adulado, no; el aludido rectificó el sastre.
El aludido brincó sobre el diván, y, sin poder contenerse, dijo con marcado disgusto: ¡Pero eso es peor aún que defender la causa de mis contrarios!... Esto es defender lealmente la causa de usted respondió Leticia con acento y mirar blandos y cariñosos . Y si no, a la prueba... Pero déjeme usted concluir sin enfadarse. Aquí empezó Ángel a sentirse incómodo y desasosegado.
Las palabras y los deseos de Vuecencia dijo aquí el aludido, plegándose casi en dos mitades iguales son órdenes y enseñanzas para este su humilde servidor; pero como, por lo mismo, le debo toda la verdad de lo poco que se me alcanza, quisiera advertir a Vuecencia, con el debido respeto, que no me refería tanto a lo que pudiera llamarse gastos de representación de esta ilustre familia, cuyo necesario esplendor eso y mucho más reclama, cuanto a otros independientes de ellos, y que no son los que menos agujeros han abierto en la criba a que tuve el honor de referirme antes.
Un secretario leyó en el Congreso la proposición de nuestro diputado, y el presidente dijo en seguida: El señor de los Peñascales tiene la palabra para apoyarla. Jamás oyó el aludido un estruendo tan horripilante como el que formaron estas palabras en sus oídos. La proposición, por sus extraños términos, había adquirido cierta celebridad en el Congreso, y el orador se estrenaba con ella.
Zakunine no lo había explicado, ni él había pensado en preguntárselo. ¿Había fallecido de muerte natural, o violentamente? ¿Se había matado, o como Alejo Petrovich, y antes que él, había vuelto a Rusia con el objeto de hacerse condenar allí? ¿Había aludido a ella el Príncipe al decir que quería seguir un ejemplo que para él era una advertencia?
Palabra del Dia
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