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Actualizado: 7 de junio de 2025


En otro tiempo habia alguno de esta nacion en el distrito de Buenos Aires, á las orillas de los rios Lujan, Conchas y Matanza, pero ya no los hay. Sus caciques eran Mugelup, Alcochorro, Galeliam y Mayú.

Pensar, señor, que yo podré nunca llegar a tiempo es donaire; siempre seré el postrero en auisos como en méritos, y assy suplico a V. M.^d mande a las personas por cuya mano passan estas prouisiones, que lo que de aquí adelante vacare de Abadías y beneficios ecclesiásticos hasta la quantidad que V. M.^d me ha offrescido, se reserue para Anthonio Peres y para el complimiento que V. M.^d le tiene offrescido, porque de otra manera nunca llegará la hora en que yo la gose, y si el hauer pedido alguno a V. M.^d lo que agora ha vacado, antes que llegasse mi auiso, ha sido causa de que no me haya hecho V. M.^d la merced.

Dos horas de noche, estando cerca del pueblo de los Sivisicosis, intentaron huir, con sus muyeres é hijos, pero el general despachó una lengua, para que se estuviesen quietos en sus casas, y sin miedo alguno, que no se les haria daño: y así lo hicieron.

19 Y el sacerdote la conjurará, y le dirá: Si ninguno hubiere dormido contigo, y si no te has apartado de tu marido a inmundicia, limpia seas de estas aguas amargas que traen maldición. 20 Mas si te has apartado de tu marido, y te has contaminado, y alguno hubiere puesto en ti su simiente, fuera de tu marido;

Y si esto es verdad, como lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos árboles, que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para qué enturbiar el agua clara destos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana.

Tal era nuestro furor bélico en aquella fácil victoria, que D. Diego, Marijuán y yo, no encontrando a derecha e izquierda francés alguno, hacíamos grande estrago con nuestros sables en los arbustos del camino, diciendo: «Perros, canallas, ya sabréis cómo las gastamos los españoles

De este modo recorría en la noche tres o cuatro casas. Era su manía la de saber; saberlo todo, hasta lo más trivial e insignificante. Se la toleraba bien en todas partes, porque a pesar de su desmedida febril curiosidad nunca hubo disgusto alguno por su causa.

¡Oh! dijo Miguel un poco exaltado ¡aún podemos ser felices! ¡Si eso fuera verdad!... Pero no; yo no puedo ser para ti más que una madre... Miguel no quiso de modo alguno aceptar la maternidad. ¡Nada de madre... no, no... yo quiero ser tu amante... tu amante! Y repetía la frase con creciente animación, un poco trastornado ya.

Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y los puños cerrados. «¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay!

Y no se crea que el mediquillo ejerce su noble profesión con el descreimiento del charlatán, no; la practica con la misma fe que el más concienzudo hombre de ciencia, rodeando todos sus actos de una solemne y cómica gravedad, tan rayana al ridículo, que no he podido menos de reirme siempre que he tropezado con alguno de esos pseudo enterradores.

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