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Actualizado: 2 de junio de 2025


Lo que quiero yo respondió Leto con los ojos espantados y la melena erizada , es que considere usted que la hija de don Alejandro Bermúdez, yendo confiada a mi cuidado en un barquichuelo gobernado por , por una imprudencia mía ha estado a punto de perecer... ha debido de ahogarse... ¿Puede usted considerar esto?

Porque... porque no: porque para ahogarse usted era preciso que antes me hubiera ahogado yo, y después el yacht con Cornias adentro, y después los peces de la mar, y la mar misma en sus propias entrañas, ¡y hasta el universo entero!... porque hay cosas que no pueden suceder ni concebirse, y por eso no suceden... Y ¡por el amor de Dios! esparza usted ahora esos tristes pensamientos, como yo esparzo los míos... que son bien tristes también, y muy mortificantes y muy negros, y conságrese sin perder minuto a hacer lo que la tengo recomendado; porque no da espera.

No, señora, respondió Leto muy formal. ¡Que no? Pues si no es por usted, primero, y por la destreza de Cornias enseguida... confesada por usted mismo cuando le veía acercarse... Cornias ha cumplido con su deber, como yo he cumplido con el mío; pero usted no podía ahogarse de ningún modo... ¿Por qué?

Ante la mesa y sus apéndices, no sin mil cumplimientos y ceremonias, fueron tomando asiento los padres curas, porfiando bastante para ceder los asientos de preferencia, que al cabo tocaron al obeso Arcipreste de Loiro la persona más respetable en años y dignidad de todo el clero circunvecino, que no había asistido a la ceremonia por no ahogarse con las apreturas del gentío en la misa , y a Julián, en quien don Eugenio honraba a la ilustre casa de Ulloa.

Pues aquella misma noche, y poco después que se fueron, se hundió la casa de dicha Margarita, y el peso de las ruínas y más el de su culpa, la llevó a hundirse y ahogarse infelizmente en un algibe grande de aceite que por acá usan, aunque estaba bien cubierto y cerrado por arriba. Los acasos son para los hombres y ninguno lo es para la Providencia Divina.

¡Qué triste! era dejar así la vida, lejos de los suyos, en la aurora risueña de los veinte años; se pegaría el tiro, bueno, ya lo había dicho y cumpliría su palabra, pero su cuerpo quedaría allí sobre la maleza, como el de un perro callejero, y pronto vendrían los curiosos y los vigilantes, y le registrarían, aún caliente, con sus manazas rudas para saber quién era, y sin miramientos, como se carga la res que se acaba de desollar, le colocarían sobre sucias angarillas y le llevarían a la comisaría, al depósito de cadáveres, hasta que papá o tiíta Silda vinieran a reclamarle. ¡Qué triste! ¡qué triste! ¿no sería mejor arrojarse al río, con una gruesa piedra a la cintura, para quedarse allí abajo dormido, y que nadie, nadie, volviera a verle? ¡ay, no! el ahogarse cuesta mucho, se sufre y la muerte tarda en venir... ¿Qué hora era? el sol iba a ponerse, y bajo los sauces se sentía más frío que antes: cuando la noche cerrara del todo, entonces, entonces... ¿Qué harían en su casa? los viejos estarían esperándole: a su cuarto no habían de subir, hasta que el retardo no les alarmara. ¿Habría conseguido algo tiíta Silda?

Como la tos no cedía, sino, al contrario, agravábase de tal manera, que el pobre hombre parecía correr riesgo de ahogarse, salté del lecho para prestarle ayuda; pero ¿cuál no sería mi sorpresa, cuando salí a la galería, de hallar que no sólo cesó la tos, sino que el velador o lo que fuera, no se encontraba allí!

Tiraba el dinero por las ventanas como un verdadero gran señor, y el millón del buen Neris se deshizo pronto entre sus manos. La muerte del comerciante le volvió a poner a flote por algún tiempo, pero iba seguramente a ahogarse, cuando un accidente de caza le envió al otro mundo y salvó el patrimonio de sus hijos.

Si el subprefecto de Mauriac hubiese querido conceder una medalla de plata, no hubiera tenido más que escribir a París, porque Sebastián había salvado a muchas personas, con grave exposición de su propia vida, y en especial a dos gendarmes que estaban a punto de ahogarse, con sus caballos, en el torrente del Saumaise.

Coger la catedral como el náufrago agarra un resto del buque, próximo ya a ahogarse: ésta era su esperanza, y acababa de realizarla. La iglesia le acogía como una madre vieja y adusta que no sonríe, pero abre los brazos. Por fin.... Por fin... murmuró Luna.

Palabra del Dia

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