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Debía tener fuerzas hercúleas aquel arrogante granadero de la Iglesia, y si bajo el punto de vista corporal estaba admirablemente constituido para las misiones, no lo estaba menos en el orden espiritual, por ser hombre de muchas sabidurías, eruditísimo en las letras sagradas y bastante fuerte en las profanas, elocuente en el púlpito y persuasivo en la conversación, águila en la cátedra y lince en el confesionario.

¡Porque esto es chocante! dijo el bello Saville, que no era un águila pero que tenía buen corazón , se diría que la muerte de ese pobre muchacho ha sido una satisfacción para ella. Nunca la he visto más animada, más satisfecha... ¡Y hacednos matar por estas señoras!

Ello fue que alzarme del sitio que ocupaba y encontrarnos suspendidos en la atmósfera sobre Madrid, como el águila que se columpia en el aire buscando con vista penetrante su temerosa presa, fue obra de un instante. Entonces vi al través de los tejados, como pudiera al través del vidrio de un excelente anteojo de larga vista. Mira me dijo mi extraño cicerone. ¿Qué ves en esa casa?

¿No es verdad preguntó que Marisalada es una linda criatura? Ciertamente respondió el duque . Sus ojos son de aquellos que sólo puede mirar frente a frente un águila, según la expresión de un poeta. ¿Y su gracia? prosiguió la buena anciana , ¿y su voz? En cuanto a su voz dijo el duque , es demasiado buena para perderse en estas soledades.

Su cabeza de águila está reclinada sobre el pecho. ¿Reposa? ¿Medita?

Mirad cómo allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos.

Yo corro más y más: vuelvo la cabeza y miro las rocas huir avergonzadas de , y que se ocultan y bajan sus crestas las unas tras las otras. Pero el águila escuchó sus amenazas, y juzga con la loca presunción que me hará su prisionero en el desierto; se lanza por los aires y sigue mis huellas con carnívoro afán, y tres veces cerniéndose en el cénit me rodea la cabeza con una negra corona.

El rostro de suaves líneas; los labios delgados; la nariz afilada; el mentón saliente y azuloso; la voz fina, aguda, de timbre dulzarrón. Esto le pinta maravillosamente: se cuenta en Villaverde, que nombraron albacea de un clérigo rico, que dejó largos los cien mil del águila, desempeñó con singular actividad el pesado encargo.

Miró hacia la bocacalle próxima; por allí el horizonte se abría lleno de resplandores. La calle del Águila era una pendiente rápida que dejaba ver en lontananza la sierra y los prados que forman su falda, verdes y relucientes entonces.

Su frente es altiva, sus ojos de águila, su fuerza irresistible, su movimiento el del tapón de una botella de champaña. Pero para dar al gas una forma, no hay más medio que el de encerrarle en un continente que la tenga. Nada, pues, más natural que el que demos a esta especie el nombre de hombre-globo: sólo así podemos hacerle perceptible a nuestros sentidos.