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Actualizado: 30 de abril de 2025
Os traía esto para vuestros pobres, señor cura dijo madama Scott. Y yo esto otro agregó Bettina. Con toda delicadeza deslizaron su ofrenda en la mano derecha e izquierda del anciano cura, y éste mirando alternativamente sus dos manos, pensaba: ¿Qué serán estas dos cosas? son muy pesadas; debe haber oro aquí dentro... Sí, pero ¿cuánto, cuánto?
¿Y vuestra Biblia es la misma que la nuestra, estáis bien seguro, maese Marner? ¿La Biblia que trajisteis de aquella comarca es igual a la que tenemos en la iglesia y a la que le sirve a Eppie para aprender a leer? Sí dijo Silas ; es de todo punto igual; y en la Biblia se «tira la suerte», no lo olvidéis agregó en tono más bajo.
Al regresar hacia las casas y agotados casi los temas, que el paseo sugería, Lorenzo dijo: Todo esto es muy interesante; pero lo mejor que he encontrado hasta ahora para mí, es Baldomero, ¡qué gran tipo! ¿Más interesante que la «Pampita»? le preguntó Melchor sonriéndose. No para Ricardo, sin duda; pero sí para mí y agregó: Ricardo está enamorado de la Pampita; pero yo lo estoy de Baldomero.
Tampoco compartió la alegría que nos había causado el despertar de Marta. No le habléis cuando vuelva en sí agregó, y sobre todo no la dejéis hablar. Necesita de la menor porción de sus fuerzas. Antes de marcharse me miró largamente y meneó la cabeza con expresión inquieta.
¿Qué hora tiene, don Melchor? Las diez menos cuarto. ¡Verdá! que hemos andado pronto... bueno que estos caballos son de ley. El que es de ley es el cochero dijo Lorenzo, y no le hacen justicia. Y con caminos pesados agregó Ricardo. Algo... sí, señor... al salir del pueblo...; pero después, no... por aquí está casi seco... es que hemos tenido caballos guapos...
¿No le parece a usted, señor don Juan? agregó dirigiéndose al caballero flaco y ñato que había entrado con él. Este hizo una solemne inclinación de cabeza que significaba un signo de aprobación, y volvió a levantar su cara chata a tanta altura, que pude verle las cavernas de la nariz en toda su siniestra lobreguez. Bien, que presida el doctor Trevexo, agregaron varios concurrentes.
¿Y usted la ha festejado? le preguntó Ricardo. ¡Atiéndamelo, don Melchor!... ¡Señor! ¡Si tengo hijos mozos! contestó riendo Baldomero, y agregó: No, señor... Si la «Pampita» es como hija mía... sólo que alguna vez he sentido ganas de hacer gancho... ¿sabe?... ¡porque ha tenido buenos partidos!... mozos bien... de posición... y el viejo se puede morir... Bueno que ella tiene la hermana; continuaba Baldomero atendido por Lorenzo y Ricardo, vivamente interesados en aquella relación, ¡y está bien casada!... con un hombre... decente... y trabajador... siempre tendrá ese refugio, ¿no le parece, don Melchor?
Sosegóse no obstante muy luego, y agregó: No me pasmo de nada de eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas, un infeliz, porque aquí no se trata de Sabel, ¿entiende usted?, sino de su padre, de su padre. Y su padre le ha engañado a usted como a un chino, vamos.
Gracias, buen amigo, dijo el ministro con gravedad, pero muy sobresaltado, pues tan confusos eran sus recuerdos, que casi creía que los acontecimientos de la noche pasada eran solo un sueño. Sí, agregó, parece que es mi guante. Y puesto que Satanás ha creído conveniente robároslo, en adelante Vuestra Reverencia debe tratar á ese enemigo sin miramientos de ninguna clase.
Su muerte súbita y violenta no le permitió desgraciadamente darnos sobre este punto noticias precisas, pero no pudiendo dudar de su palabra, no dudo de mi derecho... Sin embargo agregó después de una pausa y con un acento de gran tristeza, si no estoy loca, soy vieja, y esas gentes de allá bien lo saben.
Palabra del Dia
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