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Actualizado: 9 de junio de 2025


Al occidente el cordon de cerros ó montañas desnudas de árboles, que determinan el valle marítimo de Valencia, cerrando el horizonte á distancia de seis ó siete leguas. Al oriente el Mediterráneo, azul blanquecino, tranquilo, surcado por los buques, veleros y reflejando magníficamente los resplandores de un sol casi africano.

La inscripción de Hércules dice: «Al Hércules Augusto Emperador, César Carlos quinto, hijo del rey don Filipo, nieto del rey don Fernando, viznieto del rey don Juan, piadoso, feliz, gálico, germánico, túrcico, africano, que mucho más allá de las columnas de Hércules, dilatada su gloria por el Nuevo Mundo, terminó su imperio con el Océano, su fama con el Cielo.

Aparte de esto, un hombre divertidísimo, a pesar de su cara fosca y su mirada dura. En la playa del Cabañal, la gente, reunida a la sombra de las barcas, reía recordando sus bromas. Una vez dio un convite a bordo al reyezuelo africano que le vendía los esclavos, y viendo borrachos a la negra majestad y sus cortesanos, hizo como el negrero de Merimée: desplegó velas y los vendió como esclavos.

Un discreto médico, amigo mío, mandaba á sus clientes descoloridos de París, de Lyon, á aquellas costas á tomar baños de sol, y él mismo lo desafiaba hora tras hora sobre una roca, no resguardando más que la cabeza; lo restante de su cuerpo adquiría un bello matiz africano.

En el fondo, el golfo incendiado por el sol africano, la costa de Algecíras y San Roque, con sus graciosas poblaciones, la Isla-Verde con su hospital, las fortalezas españolas y la faja de montañas cerrando el horizonte al sud-oeste.

Pero a todo esto exclamó el Rey con impaciencia y encarándose con el anciano no acabas de decirme quién eres. Perdona mi tardanza, señor. Y añadió luego, echándose a los pies del Rey: Yo soy el hijo de un leal criado de tu heroico antecesor Alfonso V el Africano. Yo soy Judas Abravanel, más conocido hoy en el mundo con el nombre de León Hebreo.

Objetaba Nina que ella tenía ya los huesos duros para correría tan larga, y el africano, no sabiendo ya cómo convencerla, le decía: «Ispania terra n'gratituda... Correr luejos, juyando de n'gratos ellos». En cuanto cenaron se recogieron en casa de Bernarda, dormitorios de abajo, a dos reales cama.

Sus cejas oblicuas y su cutis obscuro se armonizan poco con su ángulo facial, abierto y europeo. Es, como muchos de nuestra América, el resultado de tres orígenes: indio, africano y español. Sus amigos le tenían en alto concepto, hablando de él con admiración y miedo. ¡Un hombre de cuidado!... No conviene tenerlo de enemigo. ¡Sabe mucho!...

Más de veinte veces se arrancó hacia la calle de Mediodía Grande, procurando ver al Sr. de Almudena, decidido a entregarle su tarjeta; pero el africano escurría el bulto y no se dejaba ver por ninguna parte.

Modelo despues del arte africano en la peregrina decoracion de algunas de sus cámaras , fué la escuela matriz donde aprendieron aquella elegante y voluptuosa ornamentacion morisca que finge arcos de cintas rizadas, paredes de encajes y flores, frisos de estalactitas y armaduras de caprichosos lazos, los discípulos de los mudéjares cordobeses, que mas tarde construyeron sobre columnas sutiles como el pensamiento alcázares para los reyes moros de Sevilla y Granada y para los reyes y magnates semi-renegados de Castilla.

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