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Algunas vetas de agua, escapadas de los azudes y presas que refrescan la vega, serpenteaban formando curvas ó islas en un suelo polvoriento, ardoroso, desigual, que más parecía de desierto africano que lecho de un río. A tales horas estaba todo él blanco de sol, sin la menor mancha de sombra.

En aquellos amenos parajes, delante de la jaula del león africano, o del tigre de Bengala, o del tití de las Indias, es donde el regocijado ingenio de nuestros quintos derrama los tesoros de su gracia; allí donde se escuchan las frases espirituales, los dichos agudos; allí donde revientan los epigramas acerados, los discretos razonamientos.

Lo cierto es que así como a los Escipiones y a otros héroes de la antigua Roma, los apellidaron el Africano, el Numantino, el Británico y el Germánico, según la ciudad de que se habían apoderado o según la nación que habían subyugado, a ella, sin dejar de ser nunca el Sol de Tarifa, la apellidan la Gibraltareña, y como tal es famosa y celebrada en las cinco partes del mundo.

Montenegro, a pesar de su vida sedentaria de oficinista, sentía removerse en él atávicos entusiasmos a la vista de un corcel de precio; sentía la admiración del nómada africano ante el animal, eterno compañero de su vida. De la riqueza de su jefe don Pablo, sólo envidiaba la docena de caballos, los más caros y famosos de las ganaderías de Jerez, que tenía en sus cuadras.

La entrada á este resto de patio islamita es un magnífico arco con un arrabá de florones de tracería rectilínea de estilo africano.

Sin duda decían algo referente a él, a su origen, a su habla y religión endemoniadas. Después uno y otro clérigos en ella se fijaron, ¡qué vergüenza! ¿Qué pensarían, qué dirían de ella? Suponíanla quizás compañera del africano, su mujer quizás, su... En fin, que el presbítero alto y guapetón se fue hacia la Cava Baja, y el otro, el sabio, se dignó parlotear un rato con Almudena en lengua arábiga.

Con esto las demás familias judías determinaron pasar desde el puerto africano de Arcilla á Fez en Marzo de 1493; pero embarcadas algunas en naves de moros, estos en alta mar por la codicia de apoderarse de sus haciendas mataron muchas, i á las mas se contentaron solo con robar.

Podia el Andalús celebrar con locas demostraciones de júbilo su triunfo; pero el Africa estaba ya vengada, porque todo era en Córdoba africano: el hagib, el ejército, las autoridades, la vida pública y privada, la arquitectura que es su fórmula material, todo en suma.

El tamborilero había recobrado el instrumento de manos del Cantó, y golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parecía gargarizar rápidas escalas, antes de emprender la adormecedora melodía de africano ritmo. ¡Siga el baile!... Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los campos.

De tal modo se posesionaron de su espíritu la idea y las imágenes expresadas por el ciego africano, que a punto estuvo de contarle a su ama el maravilloso método de conjurar y hacer venir al Rey de baixo terra.