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Los servidores de la catedral movían la cabeza con muestras de asentimiento oyendo a su maestro. Le admiraban como admiran siempre las gentes sencillas a los que descienden hasta ellas para ejercer el apostolado de las nuevas ideas.

María admiraba a las insignes heroínas de la religión, como se admiran los fenómenos y prodigios de la naturaleza, con emoción y asombro. Mucho tiempo se pasó sin que osara levantar sus ojos hasta ellas para imitarlas. Limitábase a pedirles con interminables oraciones que intercediesen para que Dios le perdonase sus pecados.

Felipe II se revistió de un falso españolismo para continuar la política germánica de su padre. Esta máscara nos causó gran daño, pues aún quedan hoy muchos que la admiran como la más castiza representación del españolismo. Hay para volverse loco ante las absurdas conjeturas y las faltas de verdad que inspiran aquella época.

Allá en su país la admiran por su hermosura y por los grandes éxitos que le suponen en Europa, con ese agrandamiento y desorientación de la distancia. Su retrato resulta una propiedad pública; figura en todos los paquetes de café y todos los prospectos de su país. Es la belleza nacional; y cuando envejezca, siempre existirá un rincón del mundo donde la consideren eternamente joven.

Las selvas umbrosas e impenetrables, llenas de colores y armonías que se admiran en las soledades de América, están representadas por las espesuras del Retiro y por los bosques de la plazuela de Oriente, de la plazuela de Santo Domingo y otras plazuelas menos conocidas.

Le encontré mucho mejor de lo que esperaba; es ya cuatro dedos más alto que yo, está algo flaco y pálido; parece un buen muchacho: los jesuitas, sus maestros, se admiran de sus facultades; ha venido cargado de coronas, premios, discursos en latín y en francés, versiones y poesías latinas y... a pesar de todo, es modesto sin petulancia alguna.

Los mismos países que intentan resistir á nuestras armas copian nuestros métodos en sus universidades y admiran nuestras teorías, aun aquellas que no alcanzaron éxito en Alemania. Muchas veces reímos entre nosotros, como los augures romanos, al apreciar el servilismo con que nos siguen... ¡Y luego no quieren reconocer nuestra superioridad!

De repente se presenta el Gaucho Malo en un pago de donde la partida acaba de salir, conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y lo admiran; se prevee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato, desdeñando volver la cabeza.

Redoblan, en aquella hora del despertamiento general, sus acostumbrados dislates, hablan más alto, ríen más fuerte, se arrastran y se embrutecen más; algunos rezan, otros se admiran de que el sol haya salido de noche, aquel responde al lejano canto del gallo, este saluda al loquero con urbanidad refinada; quién pide papel y tinta para escribir la carta, ¡la indispensable carta del día!; quién se lanza a la carrera, huyendo de un perseguidor que aparece montado en el caballo del día, y todo aquel carnavalesco mundo comienza con brío su ordinaria existencia.

Si se contemplan con recogimiento las iglesias católicas, llenas de pompa y majestad, se admiran los mil detalles de los palacios de la voluptuosidad oriental. Si se aprecia el tipo franco, hermoso y despierto del andaluz de la mejor raza, se lee toda una historia de miserias y delitos, de persecuciones y dolores profundos.