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El balcón, sobre todo, les parecía delicioso para hacer labor y para leer. Acordábase Pilar de cuantas acuarelas, países de abanico y estampas sentimentales había visto, que representasen el ya trivial asunto de una joven cuya cabeza asoma por entre un marco de follaje.

No pudo menos de declarárselo así al fiscal que estaba a su lado comiéndola con los ojos, ni, al notar que le recordaba algo con los suyos, quizá lo de las acuarelas, dejar de acercarse a ella y a su padre para ofrecerles sus respetos, con la mejor intención, eso , pero bien sabe Dios que con las más fuertes ligaduras de sus nativas desconfianzas en el espíritu.

Sin desembrollar este lío, que pasó por su cabeza como un relámpago, oyó que le decía Nieves, por despedida también y también muy afectuosa: Y al subir a comer con nosotros, no se le olviden a usted ciertas acuarelas que deseamos ver. Esto ya estaba más claro; pero no todo lo que debía de estar. Era indudable que su padre se había despachado a su gusto aquella tarde en la botica.

Esto es lo primero que se echa de ver en Leto Pérez... si él no sabe que se le mira; porque si lo sabe, ya es otro. No puede llevarse a mayor extremo la modestia, de todo corazón. Te he dicho que dibuja y pinta acuarelas admirablemente; pues ha sido preciso que se lo afirme yo con insistencia, para que llegue a creerlo un poco y se atreva a dibujar o a pintar delante de nosotros.

Rodolfo: usted no gusta del tresillo.... Venga usted acá. Le enseñaré unas acuarelas de mi maestro.... Nos dirigimos a la sala que estaba a media luz. Mientras Gabriela fué a traer los dibujos yo me acerqué a la reja. La plaza estaba iluminada a «giorno», como decían los programas de la Junta. En el Palacio ardían centenares de vasos de colores.

Me parece una gran idea respondió ésta entregando al mismo tiempo a don Adrián las acuarelas . Y dígale usted, de mi parte, que cuando vaya nos lleve algunas obras más de esta clase, para verlas... y admirarlas... ¡Ay, qué bien lo hace, don Adrián! ¡Quién fuera capaz de la mitad de ello siquiera! ¿De veras, señorita? preguntó el boticario conmovido de gusto.

Su desidia es tan grande como su disposición para todas las artes. CUESTA. Que nos enseñe sus acuarelas y dibujos. Verá usted, Marqués. ELECTRA. ¡Ay, ! Soy una gran artista. MÁXIMO. Alábate, pandero. Tiene usted razón, Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, su razón es como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.

De estas veladas aún queda hoy algo, si bien de nota incolora, sin aquel sabor característico, pues ya no se ven allí ni los majos decidores, ni las majas desenvueltas, ni todos aquellos tipos sevillanos que con tanta exactitud retrataba don José Bécquer en sus acuarelas y lienzos.

Veíanse en esta pieza algunas acuarelas muy lindas compradas por Juanito, y dos o tres óleos ligeros, todo selecto y de regulares firmas, porque Santa Cruz tenía buen gusto dentro del gusto vigente. Los muebles eran de raso o de felpa y seda combinadas con arreglo a la moda, siendo de notar que lo que allí se veía no chocaba por original ni tampoco por rutinario.

Los antiguos cuadros de la escuela de Cenceño sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los había mandado al segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algún fraile pícaro; y con escándalo de Bedoya y de Bermúdez hasta había colgado de las paredes cromos un poco verdes y nada artísticos.