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Actualizado: 30 de junio de 2025
El orador hablaba bien, sin duda: grandes aclamaciones acogían sus palabras; pero los continuos empellones, los gritos de los pisoteados y estrujados no permitían á aquél expresarse con desahogo. Algunos pedían silencio; pero el silencio en toda la plaza era imposible. A lo mejor, los que en el arco discutían con la autoridad, retrocedieron al ver que la tropa resistía.
¡Cuando usted quiera! exclamó el conde de Fuentes; y ambos adversarios se disponían a salir, entre las aclamaciones de todos los circunstantes, cuando el criado del Conde, que llegaba en aquel momento, le entregó una carta que habían llevado para él, diciéndole que era urgente. ¡Lea usted, caballero! dijo Rafael con altivez; tiempo tenemos.
De aqui se trasladó á Guayaquil, donde las aclamaciones de júbilo se reprodujeron, pasando despues á Cuenca, desde cuyo punto puso á disposicion del gobierno del Perú una division de 4.000 colombianos.
Poco después se hacía á la vela el enorme Galeón Amarillo, enarbolando el pabellón morado con una imagen dorada de San Cristóbal en su centro y saludado por las aclamaciones de la multitud que se agolpaba en la playa. Más allá de Lepe se extendían los bosques de Hanson y tras ellos las verdes colinas en línea no interrumpida, formando un paisaje risueño y pintoresco.
Muchos de ellos agitaron en lo alto estos cascos, y el conde les respondió tremolando su gorra. Los marineros rubios de la goleta gritaron, contestando á las aclamaciones de sus camaradas de los sumergibles: «¡Deutschland über alles!...» Pero este entusiasmo en medio de la soledad del mar, que equivalía á un canto da triunfo, duró muy poco.
Aquel paso creó vivo interés en el pueblo y fue saludado con aclamaciones. La Princesa era popularísima y el Canciller mismo no había vacilado en decirme que cuanto más asiduamente hiciese yo la corte a mi noble prima y cuanto antes se verificase la boda, tanto mayor sería la satisfacción de mis subditos, y, por consiguiente, la popularidad del nuevo soberano.
Por el doctor Trevexo, por el primer diplomático argentino. El doctor Trevexo era en este momento objeto de toda mi admiración. ¡Con qué modestia aquel grande hombre, aquel espíritu lógico y concienzudo, que acababa de exponer tanta doctrina luminosa, recibía las aclamaciones unánimes de la distinguida sociedad que sabía aquilatar su talento superior!
Sí, una vez, para que me entregues tu confesión y decirnos adiós. Esta noche, si vivo todavía, dijo Lea con pálida sonrisa, canto Romeo y Julieta. Será mi último triunfo, asiste á él, Jacobo. Las coronas que me dediquen serán como homenajes fúnebres. Ya no apareceré más en esa hermosa escena en la que ayer todavía olvidaba mi infamia en medio de las aclamaciones y de los elogios.
Al oírla me sonreí y quitándome el casco mostré al pueblo mi roja cabeza, acto que fue acogido con grandes aclamaciones. Cabalgando solo, el paseo era mucho más interesante para mí, porque podía oír los comentarios del pueblo. Parece más pálido que de costumbre dijo uno. Y tú parecerías un espectro si llevaras la vida que él hace fue la irrespetuosa respuesta de otro.
Si el Consejo Ejecutivo dejaba en libertad por algunos meses al Hombre-Montaña, ésta y el profesor podían realizar una excursión por toda la República dando conferencias. Flimnap haría un relato de cuanto supiera sobre el pasado y las costumbres de su gigantesco amigo, y éste se mantendría á su lado para contestar con reverencias á las aclamaciones de la muchedumbre.
Palabra del Dia
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