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Actualizado: 19 de mayo de 2025
¡La tía Liette! Al decir estas tres palabras, profundas como una oración, Carlos veía surgir en el alba melancólica del regreso la querida imagen luminosa y serena que iluminaba todo su pasado y todo su porvenir. Era una cara joven, tranquila y sonriente bajo sus gruesos rizos negros, que acechaba su primer despertar, sus primeras palabras y sus primeros juegos.
Pero acaso fuesen éstas vanas cavilaciones, y quizás soñaba también al imaginarse que, a la mesa, don Pedro seguía continuamente la dirección de sus ojos y acechaba sus movimientos. Esto le fatigaba tanto más cuanto que un irresistible anhelo le obligaba a mirar a Nucha muy a menudo, reparando a hurtadillas si estaba más delgada, si comía con buen apetito, si se notaba algo nuevo en sus muñecas.
Rodeada de su padre, su madre, sus hermanitos y miss Mary, ella seguía en su labor como una brujita, teje que teje, teje que teje, teje que teje... Por su boquita, contraída por la atención, acechaba su lengua a manera de una curiosa que se asoma por la ventana. Sus pequeñas manos parecían dos arañas de cinco patas, apuradísimas en reconstruir una tela rota por el viento.
Por lo que hace á la casa, estaba cerrada herméticamente; y en toda la extensión que alcanzaba la vista no se distinguían más seres vivientes que el cazador, la miruella y un hombre que cerca de la casa esparcía toperas en un prado, y acechaba de cuando en cuando las operaciones del topo, á cuya caza andaba. Este hombre, á quien el de Madrid no veía, era el tío Merlín.
En algunos puntos no se pudieron librar de ciertas maldiciones, pero las más de las veces por interés o por necesidad se mostraron complacientes, y terminando la entrevista del modo más cordial. Eran las tres cuando acabó esta ruta, y con un pequeño saco de goma impermeable, atado con correas a sus espaldas, Federico volvió a la posada. Pero allí le acechaba la Belleza.
Doña Ramona tuvo el noveno hijo; y como tampoco falló la costumbre esta vez, en seguida perdió el octavo. Y todavía llega a tener el décimo; y también la acechaba entonces la suerte negra, y le mató el noveno. Este golpe dejó a la pobre señora para no llevar otro sin sucumbir. Era mujer de gran espíritu y arraigada fe. Dios le daba los hijos y Dios se los quitaba. Disponía de lo suyo.
Pero entonces luchaba solo, no arriesgando sino el propio bienestar, mas ahora, que tenía seres débiles y queridos que proteger... Cual otro Sisifo, subía por tercera vez la montaña, con el peso de su honradez sobre los hombros, expuesto a la acometida del agio, que le acechaba y le echaría a rodar al menor descuido.
El único que le acechaba los pasos, esperando impaciente el momento oportuno de acometerle, era aquel fantasma pálido y hediondo que se le había aparecido al arrojar algunas gotas de sangre por la boca.
Y sin pérdida de tiempo se introdujo en el palomar. ¡Desdichado! La traición le acechaba. Apenas puso allí la planta, un pesado garrote con furia manejado le hizo pagar cara su osadía. El criminal comenzó a arrastrarse por el suelo dando mayidos bien lastimeros. Su feroz agresor le contempló estupefacto con ojos extraviados, los brazos caídos y respirando anhelante.
Debajo de peñón sombrío, que como torre inclinada amenaza caer sobre la corriente, y hace más obscura la obscuridad del río en el remanso, acechaba el paso del salmón, empuñando un haz de paja encendida, cuya llama se refleja en las ondas como estela de fuego.
Palabra del Dia
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