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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Pero sus dedos, al sentir el contacto de la epidermis femenina, se inmovilizaron en voluptuoso desmayo para oprimir después, acariciadores, las manos de ella. Y como los ojos de Elena parecían implorar una respuesta á sus recientes preguntas, él hizo un movimiento con su cabeza: «». A partir de este día Watson fué el único acompañante de la esposa de Torrebianca en sus paseos á caballo.

Y cuando lograba sacudir de encima aquella imagen, con un poderoso arranque de su alma y de su cuerpo, volvía a llamar a Salvador en su auxilio; pero, sin acordarse nunca de que él era un hombre propenso al amor, con unos ojos sinceros y acariciadores que la miraban, como interrogándola, como averiguando.... No; ella sólo pensaba.... ¿Salvador, eres hermano mío?...

¡Allí está, allí está! dijo como involuntariamente, y reprimiéndose enseguida que lo había dicho, una de las hermanas de Sol, la mayor, la que no era bella, la que no tenía más que dos ojos muy negros y acariciadores, expresivos y dulces como los de la llama, el animal que muere cuando le hablan con rudeza. ¿Quién? No, no era nadie: Juan Jerez, en el balcón de Lucía. , ya lo veo.

Sería en su lecho como en la escena: de todos y de ninguno. Aquel Apolo rubio, de músculos duros y blancos como el mármol, de ojos grises, bondadosos y acariciadores, la amaba de veras. Leonora, recorriendo el pasado, confesaba que Selivestroff había sido su mejor amante. Se enroscaba a sus pies sumiso y adorador, como Hércules ante Ariadna, acariciándola las rodillas con su hermosa barba de oro.

Aquella Arcadia la veía don Álvaro con ojos acariciadores; en aquella casa tenía el teatro de sus mejores triunfos; cada mueble le contaba una historia en íntimo secreto; en la seriedad de las sillas panzudas y de los sillones solemnes con sus brazos e ídolos orientales, encontraba una garantía del eterno silencio que les recomendaba.

Le bastaba ver la sonrisa de la viuda, sus ojos apasionados, el gesto de maliciosa coquetería con que contestaba á sus insinuaciones galantes. «¡Arriba, lobo marino!...» Le tomó una mano mientras ella hablaba de la belleza del mar solitario, y la mano se abandonó sin protesta entre sus dedos acariciadores.

Palabra del Dia

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