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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Bandas de muchachos aprovechaban la ausencia de los mayores para hacer suya toda la cubierta. Niñeras de diversa nacionalidad, con una criatura al brazo, formaban amigables grupos, mirándose sonrientes sin entenderse. Otras empujaban cunas con ruedas, en cuyo interior una cabeza abultada, de suaves cabellos, aparecía medio dormida entre puntillas y lazos.

La amenazadora expresión de su ceño, la prominencia de su frente abultada y aquel mirar hosco daban a su cabeza semejanza con la espantable testa del toro jarameño cuando aparece en el circo, y reconoce con su mirar de fuego el ansioso público, y parece que él mismo, antes de empezar la lidia, se espanta de la barbarie que se prepara. La nariz de Nazaria se infló hasta no poder más.

Por mucho que lo disimulase, el conde observaba que la cintura de su querida se ensanchaba. Cuando, lleno de congoja, comunicó con ella esta observación, se echó a reír: Calla, tonto, lo notas porque ya lo sabes. ¿Quién va a sospechar porque esté un poquito más abultada? Muchas veces le gusta a una llevar flojo el corsé.

¿Ha visto usted, señor, qué moritos graciosos? Y ahí donde usted los ve, con esas caras tan feotas, son unos infelices: más buenos que el pan. Los mejores de todos. Su marido, el hombre del sombrerón y la faja abultada, se aproximó al escuchar estas palabras. Se adivinaba qué iba a decir, como de costumbre, ansioso de fingida autoridad: «Calla, Ufrasia, y no molestes a este caballero.

Tras, tras, tras, sonaban los cascabeles, con lento giro, consumiendo en forma de hilo moroso la abultada y sucia madeja de las horas nocturnas, que forzosamente había que hilar y devanar. Después de lo que Apolonio calculó como una eternidad de silencio, se atrevió a decir: No conozco la topografía de la provincia, porque no soy indígena. Ignoro a que distancia está Inhiesta.

Instantáneamente apareció junto a la mesa del abogado un hombre de siniestra catadura, hasta entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona de baja condición en la ciudad: chaqueta de paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, de boca de hacha, redoblaban la dureza de su fisonomía, abultada de pómulos y ancha de sienes.

Era alta, de aspecto majestuoso, algo abultada de formas, lo mismo que las divinidades pintadas al fresco en los techos; pero de una blancura esplendorosa, las pupilas grises con una lenteja verde en el centro, la cabellera de un rubio flácido y desteñido, como si acabase de surgir de un intenso lavado.

Al fin todo perdió su forma y su color; la altura de las ondas, abultada por la óptica, cubrió la lista lejana; la perspectiva se acabó, y en vez de la tierra no sino la faz movible y escarpada del océano.

Era una morena más pálida que sonrosada, la nariz pequeña, la boca fresca, la cabeza y la frente muy bien modeladas, el cabello castaño y los ojos garzos, ni grandes ni pequeños, más baja que alta, apretadita de carnes y abultada de formas, revelando en sus movimientos un gran vigor muscular.

, Juan Claudio, esto me produce el efecto de un burgomaestre o de un alcalde de pueblo, con una panza tan abultada como la de un palomo, a quien se le hinchan los carrillos cuando dice: «Yo, Hans Aden, tengo diez fanegas de magníficos prados, tengo también dos casas, una viña, un huerto y un jardín; ¡ején!, ¡ején!, tengo esto, y lo otro, y lo de más alláPero al día siguiente le da un coliquillo, y... ¡andando! ¡Los locos, los locos!... ¿Quién puede decir que no está loco?

Palabra del Dia

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