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Actualizado: 9 de junio de 2025


Sea como queráis; y á propósito de ello, voy á escribir ahora mismo á vuestro padre. ¡Ah, señora! no sabré negaros nada si me desagraviáis. Permitidme un momento, amiga mía; concluyo al instante. La camarera mayor se acercó á la mesa, se sentó delante de ella, abrió un cajón, sacó papel, se caló las antiparras y se puso á escribir, lenta, muy lentamente.

El rey subió a un estrado más alto que los asientos de los demás; la princesa tenía su silla en un escalón más bajo, y miraba con susto a aquel hominicaco que le iban a dar para marido. Meñique, sereno como una rosa, abrió su gran saco de cuero, metió el mango en el pico, lo puso en el lugar que marcó el rey, y le dijo: «¡Cava, pico, cava

Liette echó una mirada de amor a un niño blanco y sonrosado que se revolcaba en la alfombra, y dijo con acento profundo: Yo también tengo un hijo. Carlos abrió la ventana y paseó su mirada un poco turbada por los lugares en que se había desarrollado su infancia.

En efecto, Maximina abrió más los ojos manifestando gran sorpresa; exigió que el joven se lo jurara, y una vez hecho el juramento, un rayo de alegría iluminó su semblante. ¡Pero qué malas son esas chicas! exclamó cruzando las manos. ¿No tendrán miedo que Dios las castigue?

Pasó algún tiempo antes de que de adentro diesen señales de vida. Al fin se abrió el ventanillo enrejado de la puerta, y una voz soñolienta dijo: ¿Qué queréis á estas horas? Decid al confesor del rey dijo Vadillo que un hidalgo que viene en este momento de palacio, le trae una carta de su majestad. El capitán no sabía si aquella majestad era el rey ó la reina.

Así como estaba, en su blanca camisita de batista, Lita saltó del lecho sola y adelantó de la mano de su madrina... Atravesaron la habitación sin hacer ruido, en puntitas de pie, luego el dormitorio de la mamá, el cuarto de vestir, una sala... iban directamente a la puerta de calle... Lita misma abrió la puerta que comunicaba la sala con el vestíbulo.

Sacó del bolsillo un estuche complicado, abrió una hoja en forma de destornillador y con la tranquila habilidad de un ladrón de oficio, se puso á desmontar la cerradura, que á los cinco minutos estaba sobre la mesa. Entonces, cogiendo la cuerda y metiéndola en el bolsillo, dijo: Ponte un abrigo y un sombrero y huyamos. Pero, si encontramos alguien.... Le compro ó le mato; como él quiera. ¡Vamos!

Por último, se abrió la puerta y la ansiosa muchedumbre de hombres, que ya se había formado en cola, desfiló ordenadamente por el interior de la fúnebre cabaña. Inmediato del bajo lecho de tablas, sobre el cual se dibujaba fantásticamente perfilado el cadáver de la madre envuelto en la manta, había una tosca mesa cuadrada.

El médico la halló de esta manera, le puso el oído sobre el corazón, abrió de par en par la ventana y las puertas, y aconsejó que solo quedase junto a ella la persona que ella desease. Ana, que parecía no oír, abrió los ojos, como si el aire le hubiese hecho bien, y dijo: Juan ha llegado, Lucía. ¿Cómo sabes? Vete con Juan, Lucía. Sol, te quedas.

Subió de dos en dos los escalones de la casa de Rafaela, y brincándole aceleradamente el corazón en el pecho, llamó a la puerta. El Barón de Castell-Bourdac, que acababa de llegar, fue quien le abrió. El espanto y el dolor estaban pintados en su cara. Rafaela ha muerto, dijo, y lloró como un niño. Grande fue también la pena y el horror del Vizconde.

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